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miércoles, 2 de octubre de 2013

Borobudur un templo que te encoge el alma

En mi segundo día en Yogyakarta tocaba despertarse bien temprano para ir a visitar el templo de Borabudur.


Como la zona del templo está a unos 42km al nordeste de Yogyakarta, la noche anterior me decidí a alquilar una moto para poder visitar los templos por mi cuenta. A las tres y media de la mañana ya estaba en pie porque quería llegar a Borabudur lo más pronto posible al amanecer para pillar los primeros rayos de sol.

Con el cerebro funcionando a medio gas y pensando que estaba en el ecuador me aventuré hacia las ruinas en mi escúter sin ningún tipo de jersey ni abrigo. ¡Error! Si bien la noche estaba preciosa con la luna llenándolo todo y casi nada de tráfico la carretera, hacía un frío que pelaba y, después de treinta minutos conduciendo la moto, tuve que parar en un puestecillo de la calle a desayunar un té bien caliente porque tenía todos los músculos entumecidos.

El camino hasta Borabudur es muy sencillo y no resultó difícil llegar al templo, sobre las cinco o cinco y media aparqué mi moto en cerca de un puestecillo de comida que había cerca de la entrada principal, le dejé el casco al hombre que muy amablemente se ofreció voluntario a cuidarme la moto y me dirigí hacia las taquillas. Cuando llegué a las taquillas tuve que esperar todavía un ratito hasta que a las seis de la mañana abrieron las puertas al público. Compré la entrada el primero y seguí con paso acelerado en dirección al templo. Cuando llegué delante de él, el sol ya estaba asomando por el horizonte y los primeros rayos de luz iluminaban sus muros pintándolos de un color anaranjado.




La vista era espectacular, una de esas paradas en este viaje que no podré olvidar. El templo consiste en seis bases cuadradas coronadas por tres circulares, y fue construido aproximadamente al mismo tiempo que Prambanan, a principiso del s. IX DC.  Recorrí sus plataformas deleitándome en el detalle de las parábolas de buda esculpidas en los relieves de sus muros y admirando las stupas de las plataformas circulares con otras 72 imágenes de Buda. A pesar que había bastantes turistas la sensación de paz y tranquilidad era extraordinaria, parecía que cada uno teníamos nuestro hueco dentro del templo para y que podíamos sentarnos a meditar sin que nadie nos molestara.







Pasé la mañana disfrutando de Borabudur, sentado en sus muros y paseando entre sus jardines. Cuando se acercaba la hora de comer decidí que era el momento de regresar a Yogyakarta, monté en mi escúter y conduje por la misma carretera que había venido en la mañana. El camino de vuelta se hizo más cómodo por el calor pero mucho más complicado en por el tráfico. Miles de motos invadían la carretera te pasaban por todos los lados. Además había que tener en cuenta a los camiones y a los coches que sin previo aviso te podían cambiar de carril para hacer su adelantamiento. Fue toda una experiencia de lo más divertido.




Llegué a Yogyakarta sobre las once de la mañana y, como tenía tiempo de sobra y la moto no tendría que devolverla hasta la noche, decidí acercarme a la estación de trenes y de autobuses para ver que combinación era la más adecuada para llegar a mi siguiente destino, Bali. Resultó que había dos alternativas una, un tren de segunda 45.000IRP clase que salía a las 7:00am y llegaba sobre las 20:45pm a la ciudad de Banyungwangi desde donde luego tendría que coger un ferry que me cruzara a Bali y otra un autobús 240.000IRP que realizaba el trayecto completo desde Yogyakarta hasta Bali saliendo a las 13:30pm y llegando a Dempasar a las 9:00am del día siguiente.

Con la información en el bolsillo me dediqué a turistear por la ciudad de Yogyakarta y me acerqué a ver el Kraton que es la residencia real amurallada y centro cultural y político de la ciudad. Después de un buen rato dando vueltas por la ciudad regresé a mis aposentos a dormir la típica siesta española que viene muy bien en países tan calurosos como este.

No creía estar tan cansado pero lo cierto es que me desperté sobre las tres y media de la tarde en lo que habían sido casi tres horas de siesta. No tenía mucho tiempo que perder así que volví a montar en mi escúter y me dirigí al volcán Gungun Merapi situado a unos cuarenta minutos de la ciudad. El trayecto fue bastante más difícil que el de la mañana debido sobre todo a la cantidad de tráfico que soportaba la ciudad en ese momento. Una vez que salí de sus calles y conseguí llegar a la zona del volcán el plano que tenía no era nada detallado con lo que tenía que para cada dos por tres y comunicarme en mi perfecto indonesio con los lugareños para ver si iba en la correcta dirección. El paseo en moto fue un pasada por los paisajes por los que iba atravesando pero, después de hora y media y cuando el sol ya se estaba poniendo, solamente conseguí llegar hasta la estación de montaña de los alrededores del volcán así que, como no era plan de quedarse ahí a dormir, regresé por donde había venido.

Cuando llegué a Yogyakarta me acerqué a los puestos de comida situados en la calle principal y me senté a cenar un plato de arroz con pollo, algo seco la verdad pero barato igualmente, antes de irme a la cama. Al día siguiente me desperté con tranquilidad y me despedí de mis deliciosos caseros que me sonrieron y dieron las gracias efusivamente. Cogí mi mochila y me dirigí a la parada de autobuses local de la calle principal para coger el autobús A3 que me llevaría hasta la terminal de autobuses de largo recorrido de Giwangan donde compré el billete que me llevaría hasta  Dempasar (Bali). Pero eso será parte de mi siguiente post.

2 comentarios:

  1. Bueno Arturo! Me alegro de leerte y ver que sigues con fuerzas! Menudas peripecias tú y la moto! Saludosssss

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    1. Que pasa David, me alegra saber de ti espero que estés bien por Australia, yo sigo dale que te pego al sureste asiático que voy a ver si lo termino por gastar antes de cambiar de zona ;)
      A ver si hay suerte y sigues por Australia para cuando pase por allí y nos tomamos un café.
      Un abrazo

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