El
día veintiséis madrugamos a las cinco de la mañana para poder ver la procesión
de los monjes de Luang Prabang antes de coger el autobús de viaje hacia pakse.
Quedamos
sacamos a Juanma de la cama y los tres juntos nos acercamos al casco antiguo de
la ciudad a ver la procesión de las almas. Todos los días a las seis de la
mañana los monjes salen de los templos en procesión y bendicen a la gente que
arrodillada a su paso les entrega limosnas en forma de comida, normalmente
arroz y galletas. Esta procesión no es exclusiva de Luang Prabang sino que en
todos los países budistas pueden verse filas de monjes al amanecer realizando
este rito.
No
obstante en Luang Prabang se ha convertido en una atracción turística más y la
verdad es que es bastante patético ver a los turistas chinos vestidos con sus
mejores galas ponerse las telas tradicionales y arrodillarse en cómodos cojines
para ofrecer cestas de comida encelofanadas que los monjes recogen para luego
dejar a un lado una vez pasada la fila.
Mientas,
dos jóvenes de la oficina de turismo reparten panfletos a todos los turistas
que rodean la zona donde se explican las normas y protocolos en una ceremonia
tan seria para ellos. Os podéis imaginar que de las 5-10 sencillas normas que
hay escritas como pueden ser ir con los hombros y piernas cubiertas o
interrumpir el paso de los monjes poniéndose delante para hacerles fotos, hay
muchos turistas maleducados que no las cumplen por que no se han molestado en
documentarse o porque simplemente, como es muy común en el turista de verano,
se la pela todo lo que no sean sus fotos y su cerveza.
Las
ofrendas más auténticas se pueden ver en los templos más pequeños y alejados
del casco antiguo. Por suerte para nosotros en la misma calle de nuestra guest
house al ser una zona menos turísticas las ofrendas las hacen los locales y se
puede ver a los monjes realizando la bendición y cantando mantras mientras
recogen el arroz.
Una
vez que se terminó la ceremonia corrimos rápidamente a por nuestras mochilas,
nos despedimos de Juanma y nos montamos en el tuk-tuk que nos había conseguido
el dueño de la guest house para que nos llevara a la parada de autobuses. Allí
nos esperaba nuestro “express bus” que se supone nos iba a llevar a Ventian en 8-10h.
El
recorrido normal para llegar a Pakse hubiera sido parar primero en Vang Vieng
para pasar unos días y luego en Ventiane para estar mínimo otro, pero dado que
nos quedaba poco tiempo y yo además ya había estado en estos sitios decidimos
hacer la machada de ir de norte a sur de Laos en un sólo día. Para ello primero
teníamos que coger el autobús de las siete de la mañana hasta Ventiane y una
vez allí cambiar a un autobús nocturno de otras 8-10 horas que nos dejaría en
Paksé al día siguiente.
Todo
estaba bien planificado hasta que nos subimos en el autobús del infierno. El
maravilloso “express bus” desde Luang Prabang a Ventian era una camioneta vieja
y destartalada que apenas podía subir las cuestas. Cada dos por tres el
conductor paraba normalmente para que la gente fuera a mear pero cualquier
excusa era válida, comprar comida, saludar a un amigo o incluso cazar una
serpiente para comerla por la noche.
Después de 9 largas horas traqueteando por
paisajes increíbles el autobús dijo que ya no podía más y a 60 km de Ventian se
averió definitivamente. Cómo parecía que la avería iba para largo vi como una
minivan paraba a recoger a gente y rápidamente Rosa y yo saltamos dentro para
que nos llevaran el último tramo del viaje.
Llegamos
sobre las siete y media de la noche y rápidamente negociamos un tuk-tuk para
que nos llevara por 30.000kyps hasta la parada de autobuses sur que, como
siempre sucede, estaba a las afueras de la ciudad. Una vez allí compramos
nuestros billetes y ya con las mochilas dentro del autobús fuimos a cenar una
sopa en el restaurante de la estación.
Nuestro
segundo autobús no se parecía en nada al primero. Al ser un autobús cama, en
lugar de asientos había camas que, si bien estaban hechas para medidas
asiáticas uno podía conseguir una postura suficientemente cómoda como para
poder dormir. Además yo como en el momento que me pongo horizontal y me mecen un poco me quedo
sopa, me puse mis tapones para los oídos y pude dormí plácidamente hasta que
llegamos a Pakse.
Llegamos
a la parada VIP de autobuses de Pakse sobre las seis de la mañana y en el
momento en que paró el autobús sufrimos el ataque más despiadado de conductores
de tuk-tuk que he vivido en Asia. Hasta subieron dentro del autobús en busca de
clientes. Si uno se va a quedar en la zona de guest houses no hace falta coger
autobús, aunque le digan que está lejos son sólo 10-15 minutos desde la
estación.
Pakse
no tiene nada que ofrecer al viajero, no es más que una pequeña ciudad de
provincias a orillas del Mekong que sirve como plataforma lanzadera para
visitar las ruinas de Champasak, visitar la meseta de Bolaven Plateau o
viajar al archipiélago fluvial de las 4000 islas.
Siguiendo
con nuestra rutina habitual visitamos unas cuantas guest houses para ver que
opciones había fuimos a desayunar. Con los estómagos llenos y la idea de no
perder un día en una ciudad sin interés fuimos a alquilar una moto para
recorrer la meseta de Bolaven.
Todo
parecía estar saliendo bien, habíamos alquilado una moto por 130.000 kyps,
pudimos dejar las mochilas grandes en la tienda y el plan era recorrer la
meseta en una excursión de dos días. Además nos habían dicho una guest house
muy maja y barata para cuando volviéramos. Así que sin pensarlo dos veces nos
pusimos en marcha en dirección a las colinas y cafetales de la meseta de
Bolaven.
Por
el camino las cosas se empezaron a torcer. El tiempo cambió bruscamente y las
nubes negras empezaron a descargar como si no hubiera mañana. Cada dos por tres
teníamos que resguardarnos en pequeños restaurantes, gasolineras o bares
locales si no queríamos calarnos hasta los huesos. En la tercera de las paradas
y viendo que el día parecía que no iba a escampar decidimos que, para ver que
no pudiéramos ver los paisajes montañosos por culpa de las nubes, nos volvíamos
a Pakse y al día siguiente cogeríamos el autobús local a las 4.000 islas.
Así
pues, en el primer momento que vimos que la lluvia parecía parar dimos la
vuelta y nos dirigimos de nuevo a Pakse. Pero como el cielo había decidido no
darnos una tregua al poco tiempo de estar en la carretera empezó de nuevo a
llover y tuvimos que buscar refugio. Como no había ningún bar, restaurante o
gasolinera por el camino tuvimos que refugiarnos en el primer pueblo que
encontramos. Aparcamos la moto debajo de la primera casa del pueblo y nos
dispusimos a esperar sentados entre las miradas de los lugareños asombrados.
A
nuestro alrededor niños de todas las edades nos escudriñaban con sus miradas
inocentes mientras escuchaban la música de una pequeña radio en forma de lata
de cerveza. Sin pensarlo dos veces me puse a menear el esqueleto al ritmo de la
música con lo que las risas empezaron a brotar entre los niños y mayores que
miraban atónitos. Rosa, después de superar unos primeros minutos de corte, se
levantó y empezó a bailar y buscar aliados entre las niñas que nos rodeaban.
Al
principio todos nos evitaban e incluso salían corriendo cuando les alargábamos
las manos para que salieran a la pista de baile. Pero al cabo de un rato Rosa
sacó a bailar a la primera valiente que con una sonrisa de oreja a oreja se
puso saltar, brincar y dar vueltas con nosotros al son de la música de la lata
de cerveza. Esto encendió la mecha y al poco a poco más niñas se unieron al
corro, luego después de ver que el resto lo estaba pasando genial, algún niño
se atrevió a unirse y en menos que canta un gallo teníamos a toda la
chiquillería haciendo el trenecito o bailando en un corro. Incluso Rosa llegó a
sacar a una viejecita súper dulce que se animó a participar sin ninguna
vergüenza en los juegos de baile.
Después
de una hora agitando nuestros cuerpos al son de la música nuestros cuerpos
empezaban a agotarse y la lluvia seguía sin parar. Para entonces teníamos en el
bote a todos los del pueblo, nos habíamos apoderado de todos los niños y el
resto de mayores nos miraban sorprendidos mientras hacían sus tareas diarias.
Como parecía que íbamos a estar ahí durante un largo rato decidimos cambiar de
estrategia y buscar otro tipo de juegos que nos permitieran a Rosa y a mi
descansar de tanto baile melenudo.
El primero que les enseñamos fue la mítica rayuela o juego de los cuadrados pintados en el suelo y donde el jugador tiene que tirar una piedra a un cuadrado y pasar de cuadro en cuadro a la pata coja, saltarlo y seguir el recorrido. El resultado fue buenísimo todos miraban como Rosa hacía la demostración y enseguida que terminó tuvimos a la primera niña queriendo probar sus habilidades a la pata coja.
Tras varios minutos e intentos vimos que los más pequeños quedaban como espectadores y decidimos cambiar de juego esta vez a la gallinita ciega. Utilizamos mi pareo para tapar los ojos a los diferentes niños y jugábamos a atraparnos unos a otros. Aquí los peques se lo pasaron pirata. A la gallinita ciega le siguieron, el escondite inglés, la zapatilla por detrás y las carreras de carretillas todos ellos fueron un éxito entre la chiquillería que disfrutaban como nunca con juegos que les sacaban de su rutina habitual.
Pasado
el mediodía decidimos que era hora de moverse si no queríamos llegar de noche a
Pakse así que nos despedimos de todos y montamos de nuevo en la moto. Al llegar
a Pakse nos acercamos por la tienda de motos para recoger las mochilas y fuimos
a la guest house que nos habían comentado. El sitio estaba limpio con una
habitación amplia y un porche mirando al río con hamacas muy majo para
descansar tomando una cerveza. Dejamos nuestras mochilas y, tras una ducha,
salimos a dar una vuelta en busca de una buena sopa para cenar.
Después
de cenar fuimos a comprar unos helados y nos sentamos en el porche de la guest
house a disfrutar de la noche y conversar con el dueño hasta que llegó la hora
de ir a descansar porque al día siguiente teníamos que viajar hasta el
archipiélago de las 4.000 islas. Pero eso será parte de mi próximo post.
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