Dedicado a Arturo, un excelente
compañero de viaje. Con todo mi cariño, gracias por tu compañerismo, por tu
paciencia y tu sonrisa.
Queridos lectores del blog, por
primera vez esta entrada no la escribe Arturo. Medio en broma medio en serio me
propuso escribir un post y medio en broma medio en serio acepté el reto. El
resultado es el relato que vais a leer a continuación, donde describo el
trayecto desde Luang Nam Tha a Nong Khiaw. Me gustaría transmitiros mis
sensaciones y mostraros esta parte de Laos a través de mis ojos. ¡Espero que os
guste!
Después de pasar unos días
maravillosos en Luang Nam Tha, tocaba ponerse de nuevo en marcha. Tras hacer el
chek out correspondiente en la guest house, paramos un tuk tuk para que nos
llevara a la estación de autobuses y ohhh sorpresa, allí estaban nuestros
amigos los israelitas, que también se disponían a coger un bus, así que les
saludamos con nuestra mejor cara de póker y subimos al tuk tuk.
Ya en la estación, compramos el
billete hasta Udomxai, una ciudad china sin ningún interés a medio camino de
nuestro destino final, Muang Khua. Viajamos en un autobús local, pequeño y
lleno de gente donde los asientos se van ocupando a medida que los viajeros
suben al autobús. Arturo y yo no anduvimos muy rápidos en esta ocasión y nos
tocó sentarnos en la parte de atrás. Estábamos ya acomodados cuando de pronto se
acercó el conductor para pedirnos que nos apretujáramos aún más, de modo que lo
que parecían cinco asientos se convirtieron en seis y lo que parecía un
pasillo, dejó de serlo cuando pusieron unos asientos supletorios para que
cupieran más pasajeros. Y así como sardinas en lata, apretujados, sin apenas
espacio para movernos y con un calor y humedad sofocantes iniciamos viaje hacia
Udomxay. A mi lado tenía dos chicas chinas con las que me disputaba el
privilegio de apoyar la espalda en el respaldo del asiento cada vez que el bus
daba un bote. Por su parte Arturo tenía a su lado a un japonés con cara de
avinagrado que se dirigía al mismo lugar que nosotros y con el que coincidiríamos
en más de una ocasión a lo largo de los días siguientes.
Después de 4 horas, llegamos a la
estación de Udomxay, con tan buena suerte que pudimos enlazar inmediatamente
con el autobús que nos iba a llevar a Muang Khua. Así que compramos el billete
por 40.000 keps y rápidamente subimos al autobús con la esperanza de coger,
esta vez sí, unos buenos asientos. Lamentablemente la esperanza nos duró muy
poco porque el nuevo autobús era aún más viejo y pequeño que el anterior y de
nuevo nos tuvimos que acomodar como pudimos en la parte trasera, entre
cachivaches y paquetes de nuestros compañeros de autobús.
El trayecto, de unas tres horas,
fue bastante movido, mojado y ruidoso. La carretera hasta Muang Khua, discurría
serpenteante entre un precioso paisaje de montaña y se encontraba en muy mal
estado. Con cada bache, nosotros salíamos despedidos de nuestro asiento y si no
fuera porque nos agarrábamos como podíamos a cualquier cosa, hubiésemos acabado
golpeando con nuestras cabezas en el techo. Incluso Arturo, que había
conseguido quedarse dormido, abroncó al conductor, después de salir disparado
en uno de esos botes. Y además, el agua de lluvia de la tormenta que nos
acompañó durante gran parte del camino, se colaba por las goteras del autobús,
justo encima de nuestras cabezas y la desquiciante música laosiana sonando a
todo volumen, no contribuyeron a que este fuera un viaje muy agradable.
Tras seis horas de viaje en dos
autobuses diferentes y un tuk tuk, llegamos a Muang Khua, en torno a las tres
de la tarde. Siguiendo con nuestra rutina habitual al llegar a una nueva
ciudad, nos dirigimos a la zona de las guest houses, para buscar un alojamiento
cómodo, bonito y barato. Preguntamos en unas cuantas y casi cuando estábamos a
punto de decidirnos por una, un señor se nos acercó y nos sugirió que le
acompañásemos a su casa que estaba al otro lado del río y como todavía no
teníamos claro dónde dormir decidimos acompañarle. Para llegar a la guest house
tuvimos que cruzar un puente colgante sobre el río Nam Phak. La casa nos gustó
desde el primer minuto, la habitación en sí no tenía nada de especial, era
sencilla y estaba limpia, pero lo que nos conquistó fue el enorme ventanal y
las magníficas vistas al río y al puente. Dejamos las mochilas y fuimos a comer
en uno de los puestos de la calle principal.
Después de comer, dimos una vuelta por Muang Khua, pequeña pero activa población comercial a orillas del río. Callejeando llegamos hasta el templo y nos entretuvimos haciendo fotos hasta el anochecer y bebiendo el típico whisky local llamado lao lao invitados por un borrachín que nos saludó en la calle. A la hora de cenar, nos dirigimos a nuestra guest house, porque los dueños de la casa ofrecían una cena casera para sus huéspedes. Arturo y yo nos incorporamos a la cena cuando esta ya había comenzado y el ambiente que nos encontramos fue muy acogedor. Debido a cortes intermitentes en la luz, la estancia estaba iluminada por la luz de las velas, y alrededor de la mesa llena de diferentes platos de comida típica, se encontraban unas diez personas, entre ellas una pareja de franceses, un alemán y un austriaco con los que coincidiríamos en los días siguientes.
Al día siguiente, nos levantamos temprano e hicimos el chek out y fuimos a desayunar. En el restaurante, conocimos a Marite, una española, con ascendencia gallega que había nacido y vivía en Francia y a su marido Carlo. Fue muy agradable para mí poder hablar con ellos en español, puesto que llevaba varios días sin poder charlar con nadie debido a mi malísimo por no decir nulo nivel de inglés.
Después de comer, dimos una vuelta por Muang Khua, pequeña pero activa población comercial a orillas del río. Callejeando llegamos hasta el templo y nos entretuvimos haciendo fotos hasta el anochecer y bebiendo el típico whisky local llamado lao lao invitados por un borrachín que nos saludó en la calle. A la hora de cenar, nos dirigimos a nuestra guest house, porque los dueños de la casa ofrecían una cena casera para sus huéspedes. Arturo y yo nos incorporamos a la cena cuando esta ya había comenzado y el ambiente que nos encontramos fue muy acogedor. Debido a cortes intermitentes en la luz, la estancia estaba iluminada por la luz de las velas, y alrededor de la mesa llena de diferentes platos de comida típica, se encontraban unas diez personas, entre ellas una pareja de franceses, un alemán y un austriaco con los que coincidiríamos en los días siguientes.
Al día siguiente, nos levantamos temprano e hicimos el chek out y fuimos a desayunar. En el restaurante, conocimos a Marite, una española, con ascendencia gallega que había nacido y vivía en Francia y a su marido Carlo. Fue muy agradable para mí poder hablar con ellos en español, puesto que llevaba varios días sin poder charlar con nadie debido a mi malísimo por no decir nulo nivel de inglés.
Después de desayunar, nos
dirigimos al embarcadero, para coger un bote que nos llevaría, recorriendo el
río Nam Ou, hasta nuestra próxima parada Muang Ngoi Neua. El precio de estos
botes depende del número de pasajeros que hagan el trayecto, así que tuvimos
que esperar hasta que el bote se completó con el número suficiente de personas.
Y como suele suceder, volvimos a coincidir con los dos franceses, el alemán y
el austriaco, con los que habíamos cenado a noche anterior y con Marite y
Carlo, a los que acabábamos de conocer. En el bote también coincidimos con
Guillermo y Maipy, una pareja de Barcelona, muy simpáticos, con los que estuvimos
hablando durante todo el viaje.
El trayecto en bote fue
espectacular. Los paisajes que se divisaban desde el bote eran impresionantes y
de vez en cuando parábamos para que subiera o bajara gente de los pueblecitos
cercanos o para tomar un refrescante baño en las aguas del Nam Ou.
Llegamos a Muang Ngoi Neua pasado
el mediodía y, tras preguntar en varias guest house y ver diferentes
habitaciones, nos decidimos por un bungalow de madera muy sencillo que tenía un
pequeño jardín y unas impresionantes vistas sobre el río, las cuales
disfrutamos ampliamente tumbados en las hamacas durante nuestra estancia.
Tras la pertinente ducha,
buscamos un sitio para comer y en esas coincidimos con nuestros compañeros de
bote, los dos chicos franceses, el alemán, el austriaco y una pareja de
italianos. Durante la comida tuvimos oportunidad de intercambiar impresiones
sobre el viaje. Para el café nos dirigimos a un local cercano con mucho
encanto, mezcla de tienda de artesanía, librería y cafetería. Nos tomamos el
café en compañía de Marite y Carlo y durante horas estuvimos hablando de
nuestros respectivos viajes, de nuestros planes, y como no, al final la
conversación derivó hacia la situación económica española. Fue muy interesante
compartir nuestras respectivas visiones sobre el tema.
El día siguiente fue muy
tranquilo. Muang Ngnoi Neua, es un lugar precioso para descansar. El trazado de
este pequeño pueblecito fluvial consiste básicamente en una calle paralela al
río, por la que únicamente pasan peatones, bicis y motocicletas y estrechos
caminos de tierra. Al estar apartado de las vías más transitadas conserva ese
encanto propio de los lugares que todavía no han sido pervertidos por el turismo
a gran escala. Ocupamos el día paseando por los alrededores del pueblo y disfrutando de la sonrisa de sus gentes,
siempre tan amables.
Al día siguiente, nos dirigimos
de nuevo al embarcadero para tomar el bote que nos llevaría a nuestro destino
final en esta etapa de viaje fluvial, Nong Khiaw. Llegamos tras una hora de
viaje y después de buscar alojamiento, fuimos a pasear por el pueblo y por el
camino nos encontramos con Juanma, otro madrileño que, al igual que Arturo,
estaba dando la vuelta al mundo, y además resultó que Arturo y el tenían un
amigo en común. Una vez más queda demostrado que el mundo es un
pañuelo.
Comimos los tres en un pequeño
restaurante local una sopa de noodels buenísima y después alquilamos unas bicis
para dar un paseo por los alrededores. Comenzamos la ruta yendo por carretera,
pero enseguida tomamos un pequeño camino de tierra que discurría entre montañas
y campos de cultivo. A poca distancia de la carretera, el camino quedaba
interrumpido por un río que nos planteaba la disyuntiva de cruzarlo o
retroceder, y en esas estábamos cuando desde la otra orilla, un hombre nos dijo
que si queríamos nos ayudaba a cruzar al otro lado en su rudimentaria balsa de
bambú por 10.000 keps por persona, incluidas las bicis.
El camino, al otro lado del río,
fue realmente bonito pero las continuas subidas y bajadas, y el hecho de que
estuviera embarrado y fuera muy pedregoso, unido a que nuestras bicis eran muy
básicas y carecían de cambios, hizo que tuviéramos alguna que otra caída y que
en las subidas más pronunciadas tuviéramos que hacerlas andando.
Tras varias cuestas y muchas
gotas de sudor decidimos volvernos, porque amenazaba tormenta y de nuevo nos
tocó cruzar el río, previo pago de otros 10.000 keps, y apurar con las
pedaladas porque la lluvia nos pisaba los talones. Comenzó a llover justo al
llegar a nuestra guests house y allí nos refugiamos tomando una cerveza.
Cuando dejó de llover y como
todavía teníamos un par de horas para devolver las bicis decidimos coger la
carretera por el otro lado. El paisaje era realmente precioso, la carretera
discurría entre montañas y la lluvia recién caída resaltaba las diferentes
tonalidades de verde. Disfrutamos mucho de este paseo hasta que una nueva
tormenta nos obligó a refugiarnos nuevamente. Esperamos durante media hora a
que la tormenta parase pero como estaba anocheciendo rápidamente, decidimos
regresar aunque estuviera lloviendo. Y así mojados y con frío, devolvimos las
bicis y nos dirigimos a las guest house para ducharnos y descansar un poco, no
sin antes haber quedado con Juanma para cenar.
Cenamos con Juanma y después nos
tomamos una cerveza en un local cercano, que nos llamó la atención porque tenía
música occidental y estaba decorado al gusto de los turistas con velitas y
luces indirectas. En esas estábamos cuando Arturo, tras escuchar una canción de
Placebo, se metió detrás de la barra y se puso a pinchar. Fue mágico para mí
escuchar una de mis canciones favoritas de Fito en un bar de Nong Khiaw,
recuerdos de casa, a miles de kilómetros de distancia.
A las once y media de la noche,
el camarero nos invitó amablemente a que nos fuéramos del bar porque tenían
que
cerrar. Y es que estas son horas intempestivas para el ritmo de vida laosiano.
Así que nos despedimos de Juanma, acordamos volver a vernos en Luang Prabang y
Arturo y yo nos encaminamos a nuestra guest house para descansar, pues al día
siguiente madrugábamos para coger un bus rumbo a nuestra siguiente parada, la
maravillosa ciudad de Luang Prabang, patrimonio de la humanidad, pero eso, como
dice Arturo, será parte de su próximo post… ¡Un beso!
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