Dedicado a Luis y Dani por su amabilidad
viajera y a Marcos por tranquilizar nuestras mentes paranoicas a las 3:00 de la
mañana
El
día dos de septiembre nos levantamos temprano para desayunar todos juntos antes
de partir cada uno hacia su nuevo destino. Rosa y yo hacia Champasak y Fernanda
y Constanza hacia Camboya donde más tarde se reunirán con Juanma que había
decidido quedarse un día más a descansar.
Fue
difícil despedirse de un grupo de gente tan majo pero como cada viajero tiene
su viaje, Rosa y yo empaquetamos nuestras cosas y nos a las 10:30am nos
encaminamos al embarcadero para coger el bote que nos cruzaría el Mekong para
luego seguir camino hacia champasak en el autobús de las 11:00am.
Según
la Lonely Planet Champasak era visita obligada si uno viaja a Laos y la
describía como “la pequeña Ankor”. A estas alturas ya debíamos haber aprendido
que para esta guía todo lo que sean ruinas en Asia son susceptibles de ser
familia del gran complejo religioso camboyano pero la verdad es que una vez más
la realidad no tenía nada que ver con la descripción que ofrecía la guía.
Llegamos
al muelle de Ban Phaphin sobre las 2:00pm y cruzamos el río en un pequeño bote de
popa larga por 20.000kyps cada uno. Una vez en el otro lado decidimos que, como
la distancia era asequible 2km, nos acercaríamos hasta champasak caminando y no
en uno de los tuk-tuks que se ofrecían en el muelle. Por el camino además
tuvimos suerte porque una pareja de chavales jóvenes nos vieron haciendo
autoestop y pararon su furgoneta con lo que parte del camino lo hicimos
motorizados.
Nada
más llegar Champasak nos dimos cuenta que nuestro plan de dormir allí y seguir
al día siguiente hasta Pakse para viajar desde allí a Bangkok no podía estar
más equivocado. Resulta que entre pitos y flautas ya eran casi las cuatro y el
complejo religioso lo cerraban a las cuatro y media, el pueblo estaba desierto
y las guest houses ofrecían unos precios absurdamente elevados. Y para colmo,
resulta que el autobús del día siguiente salí a las 8 de la mañana con lo que,
aunque quisiéramos, tampoco podríamos ver las ruinas al día siguiente.
La
situación se tornaba confusa, tensa y estresante por momentos. La cabeza
empezaba a dolerme con tanta indecisión y la única solución que se me ocurría
era intentar volver a Pakse ese mismo día, y alquilar unas motos para que, al día
siguiente por la mañana, pudiéramos volver a Champasak, visitar las ruinas y
regresar a tiempo para coger el autobús de las 3:00pm a Bangkok.
Estos
eran mis pensamientos cuando vi a un chico que pasaba con la moto y le paré
para preguntarle cuanto tiempo se tardaba de Pakse a Champasak y así poder
medir si mi plan tenía sentido o no. El chaval muy amablemente me contestó que
unos cuarenta y cinco minutos y, como estábamos hablando en inglés, procedí a
traducirle la conversación a Rosa para que pudiéramos tomar una decisión.
Entonces fue cuando se obró el milagro y nuestro ángel de la guarda se apareció
para echarnos una mano.
Resulta
que el chaval era madrileño y hablaba perfectamente castellano. Su nombre era
Luis, estaba viajando con su amigo Dani por Laos y venían de Pakse done habían
alquilado las motos ese mismo día para ver las ruinas. Ni corto ni perezoso se
me ocurrió la idea de que, como tenían dos motos, podían llevarnos a Pakse y
así solucionarnos el problema del transporte. Luis nos contestó que no había
problema, que lo podíamos hablar mientras tomábamos unas cervecitas en el bar
donde ya estaba esperando Dani.
Agradecidos
por su ayuda les empezamos a contar nuestra odisea por ver las ruinas y
enseguida nos comentaron que sinceramente no eran para tanto. Que la guía
exageraba un montón y que si íbamos con muchas expectativas íbamos a salir
defraudados. De hecho nos comentaron que las ruinas se podían visitar en menos
de una hora.
Si
bien este nuevo giro en los acontecimientos nos había dejado un poco K.O.
rápidamente reaccionamos y trazamos un nuevo plan. Muy amablemente les pedimos
si era posible que nos dejaran una bici mientras ellos se quedaban terminando
de comer, así nosotros podíamos
aprovechar para acercarnos a ver los templos y luego todos juntos volver a
Pakse. La verdad es que no se lo pensaron mucho y enseguida nos dijeron que no
había problema, que tuviéramos cuidado con la moto y que ellos se quedaban
esperándonos en el restaurante. La verdad es que fue un detallazo para quitarse
el sombrero.
Fuimos
a las ruinas y efectivamente la descripción majestuosa de la guía no se
correspondía con la realidad. El complejo es muy pequeño y en media hora o
cuarenta y cinco minutos ya lo teníamos visto. Si bien se pueden sacar alguna
que otra foto interesante la realidad es que si vais a Laos y os pilla de
camino Champasak hacer una parada pero sinceramente no desviéis vuestra ruta
para ver estos templos porque saldréis defraudados.
El conjunto arqueológico se divide en dos partes, una superior y otra inferior conctadas por una empinada y casi derruida escalinata de piedra. La parte de abajo está formada por dos palacios en ruinas situados junto a un estanque cuadrado, el cual está dividido por una pasarela.
La parte superior constituye el templo propiamente dicho, que antiguamente albergaba un gran falo de shiva. Más adelante, el santuario fue convertido en un templo budista aunque los dinteles todavía conservan las esculturas hinduistas originales. En este templo cada año en febrero tiene lugar el sacrificio ritual de un búfalo de agua dedicado al espíritu terrenal que gobierna Champasak. Y luego nos quejamos de que nosotros tiramos cabras desde los campanarios.
Una
vez que terminamos con la visita volvimos al restaurante donde nos esperaban
Luis y Dani y juntos partimos hacia Pakse. Al llegar a la ciudad dejamos las
motos y fuimos a celebrar el haber encontrado gente tan maja, invitando a Luis
y a Dani a tomar unas cervecitas en uno de los bares locales. Pasamos la tarde
hablando de los viajes, trabajos, aventuras y, como no podía ser menos,
arreglando un poquito el mundo está muy fastidiado. Tanto fue así que, para no
perder la posibilidad de dormir en la misma guest house donde nos alojamos la
primera vez, tuvimos que Rosa y yo tuvimos que para la velada para ir a
reservar habitación no sin antes quedar para cenar y tomarnos otra rondita esa
misma noche.
Cuando
llegamos a la guest house la dueña nos tenía reservada una habitación muy
especial sólo que no nos daríamos cuenta hasta bien entrada la noche. Pero de
eso hablaré más adelante. Primero dejamos las mochilas nos dimos una ducha y
nos cambiamos de ropa para ir a cenar a un restaurante indo muy bueno y muy
barato que había en la calle principal.
Después volvimos al mismo bar y allí quedamos con Luis, Dani y una amiga
de ambos. La historia se volvió a repetir y, cerveza tras cerveza, conseguimos
que cerraran el bar con lo que tocó buscar otro para tomar la última ronda
antes de ir a dormir.
Ya
eran cerca de la una de la mañana cuando Rosa, la amiga de los chicos y yo
decidimos que ya no éramos tan jóvenes y que nos íbamos a la piltra mientras
que Luis y Dani buscaban una discoteca local donde quemar los últimos cartuchos
de la noche. Fue entonces cuando Rosa y yo regresamos a la habitación de la
pesadilla, la habitación donde ocurrió todo. La habitación del ataque, la
habitación del miedo.
Todo
ocurrió en mitad de la noche cuando, sobre las tres de la mañana, Rosa me
despertó chillando porque algo le había picado en un pie y estaba viendo las
estrellas. Enseguida me levanté de la cama y fui corriendo a encender la luz para ver qué pasaba. Rosca caminaba
nerviosamente de un lado a otro de la habitación mientras se dolía del pie
donde había sufrido la picadura. Entre chistes y coñas me acerqué a examinar el
pie y fue entonces cuando vi dos puntitos de sangre a una distancia muy
sospechosa uno de otro. Yo no quise decir nada por no asustarla pero por mi
cabeza pasaban todo el manual de primeros auxilios para picaduras de serpientes
venenosas.
Pasamos
un buen rato examinando el pie y viendo de Rosa sentía algún otro síntoma a
parte del fortísimo dolor agudo que se reflejaba en su rostro. Tras un tiempo
prudencial y viendo que Rosa no parecía desvanecerse, entrar en shock o
convulsionar, decidí volver a la cama a dormir. Pobre iluso de mí, no sabía a
qué me estaba exponiendo todavía. Pero no os preocupéis, muy pronto me
arrepentiría de mi decisión. Al poco tiempo de volver a cerrar mis ojos sentí
una fuerte picadura en mi mano y, como ya estaba alerta por el incidente con
Rosa, enseguida retiré la mano rápidamente, abrí mis ojos y giré mi cabeza para
ver qué me había picado. Cómo la habitación estaba a oscuras lo único que pude
ver fue algo arrastrarse zigzagueando por entre las sábanas y escondiéndose
debajo de la almohada. - ¡Rosa enciende la luz que lo he visto. Enciende la luz
que también me ha picado a mí! –
Cuando
Rosa encendió la luz sobre las sábanas no había rastro de animal alguno y en mi
mano dolorida aparecieron los mismos puntos de sangre que mostraba Rosa en su
pie. Temiendo que mis peores miedos se cumplieran lentamente agarré la almohada
por donde creía haber visto esconderse al bicho y de un solo golpe la quité de
encima de la cama. Y fue entonces cuando la vi. Un bicho asqueroso lleno de
anillos y patas se movía nerviosamente en dirección a los recovecos de la cama.
Del susto Rosa dejó escapar un grito y yo retrocedí de un salto medio metro.
Estaba
claro que no podíamos volver a la cama con ese bicho campando a sus anchas por
entre el somier así que decidimos matarlo. Primero levantamos el colchón para
ver si estaba entre este y el somier. Cuando vimos que no era así quitamos una
de las tablas de madera y fue entonces cuando la vimos de nuevo con lo que salí a la calle a ver si
encontraba algo con que matarlo. Regresé a la habitación con un buen palo de
madera dispuesto dar un estacazo de muerte a nuestro pequeño alien nocturno.
Agarré
el palo bien firme y lo acerque lentamente calculando asestar el golpe al
centro del cuerpo de la bestia. Cuando consideré que estaba lo suficientemente
cerca para no fallar moví rápidamente el palo y presioné lo más fuerte que pude
el cuerpo del bicho que empezó a agitarse y revolverse violentamente. Su cabeza
se giraba y contorsionaba picando ferozmente la base del palo con que yo
intentaba matarlo. Contra todo pronóstico resultó que el bicho tenía mucha más
fuerza de lo esperado y, aunque yo puse todo mi empeño para que mi presión
fuera mortal, de alguna manera logró zafarse y salió serpenteando nerviosamente
hasta que esconderse nuevamente debajo del somier. –¡Mierda una perfecta
oportunidad perdida!-.
Como
momentos desesperados llaman a medidas desesperadas, decidimos quitar el
colchón de la cama y levantar todas las
baldas del somier hasta encontrar el hueco donde estuviera escondido
nuestro amigo. Al retirar la primera balda vimos que lo que teníamos debajo de
la cama era todo un zoo de insectos (arañas, cucarachas, escarabajos, etc…) y
enseguida volvió a aparecer nuestro alargado amigo reptando nerviosamente a lo
largo del somier buscando una rendija por donde escapar de la pequeña jaula de
madera.
Afortunadamente
para nosotros encontró una pequeña rendija por dónde sacó la cabeza y en ese
momento – ¡zas! – le volví a asestar otro golpe con el palo esta vez dejando
posar todo el peso de mi cuerpo encima para que no existiera la más mínima
posibilidad de que se zafara. Además para asegurarme bien de que esta iba a ser
una misión de éxito, con un rápido giro de muñeca hice rotar el palo y le
arranqué la cabeza del resto del cuerpo que todavía quedaba aprisionado por el
somier de la cama. Aun así eso no bastó para que el bicho muriera sino que con
todo nuestro asombro seguía moviéndose nerviosamente en busca de su atacante. Rosa,
en un golpe de inspiración, dijo de sacar el bicho fuera de la habitación cosa
que inmediatamente hicimos para, una vez en el jardín, terminar por exterminar
al maléfico ser.
Con
los nervios algo más templados volvimos a la cama y tocaba averiguar si lo que
nos había picado a ambos era peligroso. Fue entonces cuando averiguamos que se
trataba de una ESCOLOPENDRA de la familia de los mirápodos quilópodos. Como las fuentes
consultadas por internet no eran muy claras y a Rosa le seguía doliendo
bastante el pie decidí llamar a mi amigo Marcos, personaje muy viajado y
experto en bichos y animales exóticos, para pedirle consejo. Hablar con él fue
todo un alivio no sólo porque supo enseguida de que bicho se trataba sino
porque además nos comentó que, a no ser que sufriéramos una reacción alérgica,
la mordedura de la escolopendra era muy dolorosa pero no mortal.
Así
pues con nuestros miedos disipados nos metimos en la cama para descansar lo
poco que quedaba de noche ya que al día siguiente viajábamos a Bangkok en lo
que sería ya la última etapa del viaje de Rosa por el sudeste asiático. Pero
eso será parte de mi próximo post.
No hay comentarios:
Publicar un comentario