El Miércoles me levanté
tranquilamente me despedí de Arthur que amablemente me acogió en su casa y me
dispuse a recorrer las 4h de autobús que me llevarían hasta el puerto de Maya
al norte de Cebú desde donde cogería mi ferry hasta Malapascua.
Llegué a Malapascua sobre
las tres de la tarde. Lo primero y más necesario era encontrar una habitación
cosa que parecía difícil con los precios que se movían en la isla. Al ser un
lugar de buceo la mayoría de los alojamientos se mueven en 500-2000p. Después
de un buen rato preguntando en diferentes lugares y temiéndome lo peor James,
el director de buceo de uno de los centros me recomendó una guest house que
había en el pueblo principal donde podía dormir por 200p. El lugar y su dueño
Yun Yun son de lo más auténtico.
Una vez que conseguí
alojamiento lo siguiente era arreglar las inmersiones para el día siguiente. Me
di un buen paseo, pregunté en las diferentes escuelas, me decidí por Fun & Dive y cerré la
inmersión de los tiburones azotadores para el día siguiente a las cinco menos
cuarto de la mañana.
Al día siguiente me desperté
a las cuatro de la maña por un lado con el sonido del despertador del móvil
pero también por las campanadas de la iglesia que a día de hoy todavía no
entiendo por qué a esas horas estaban celebrando misa. Con las legañas todavía
dormidas en mis ojos, me acerqué a la
escuela de buceo y me senté a tomar un café mientras esperaba a mi compi de
buceo. Mel, bombero retirado, hawaiano y mi compañero de inmersión para ese día, apareció a los quince minutos con una sonrisa
en la cara. Se presentó amablemente y enseguida nos subimos al barco y
zarpamos.
Mientras nos acercábamos a la zona de la inmersión pude contemplar el precioso amanecer de Malapascua.
Cuando llegamos al lugar de
la inmersión ya había varios barcos de otras escuelas en el lugar. Todas las
mañanas los tiburones suben a unos 25 metros para aprovechar los servicios de
limpieza de los peces de la zona. Amarramos el nuestro a uno de ellos, nos
pusimos el neopreno y resto de material, saltamos al agua, bajamos hasta los 25
metros y nos mantuvimos flotando expectantes esperando que aparecieran los
tiburones. En el camino hasta la zona de limpieza ya pudimos ver morenas de
ojos amarillos, peces payaso, peces leones y hasta un pulpo, pero ningún
tiburón.
Como parecía que donde
estábamos esperando no aparecían los tiburones, nos alejamos un poco para ver
si teníamos más suerte y volvimos a esperar expectantes. Por fin después de un
rato esperando apareció el primer tiburón. Una maravilla de animal de 3 metros
de largo, una figura esbelta, pequeña cabeza puntiaguda con dos ojos enormes y
una cola espectacular casi tan grande como el su cuerpo, nadaba majestuosamente
en el océano. Yo creía que los tiburones ballena iban a ser lo mejor del viaje
pero me equivocaba los tiburones azotadores también querían parte de mi pastel
emocional.
Me quedé paralizado viendo
la belleza de los movimientos pausados y armoniosos movimientos de ballet que
realizaba el tiburón en su paseo por la
zona de limpieza. Mel mi compañero estaba en el fondo posado filmando con su
cámara mientras yo estaba 5 metros por encima viendo el espectáculo desde la
platea. ¡Qué primer acto tan increíble! Y todavía quedaba lo más emocionante.
Esta parte queda censurada
para mi madre así que no se la contéis.
Cuando todavía no me podía
creer el espectáculo del tiburón delante de mí escuché el aviso de mi instructror,
me giré para ver cuál era el problema y me vi cómo me señalaba hacia mi
derecha. Giré mi cabeza y allí estaba a escasos tres metros, otro maravilloso
espécimen igual de bonito y elegante. De repente el tiburón se giró y empezó a
nadar hacia mí. Yo no me podía creer mi suerte, no sólo podía ver tiburones
azotadores sino que uno de ellos se me estaba poniendo a tiro de piedra. La
adrenalina bombeaba mi corazón con una rabia increíble y mis ojos no
parpadeaban por miedo a perderse algo del espectáculo, el tiburón se acercaba
cada vez más y yo me debatía entre seguir quieto observando o salir corriendo, bueno nadando mejor dicho.
Por fin cuando ya consideré
que el tiburón era muy bonito pero que mis piernas y brazos también decidí dar
un par de aletazos y el tiburón rápidamente se giró y continuó nadando en círculos
alejados. Yo podía escuchar mi corazón palpitar con fuerza de alegría mientras
en mi cara se dibujaba una de las sonrisas más grandes de este viaje.
Rápidamente miré a mi instructor en búsqueda de una complicidad y vi como este
gesticulaba describiendo la situación y también se reía. ¡Qué momentazo chicos!
Por la tarde tocaba otras dos inmersiones bastante más diferentes a la realizada por la mañana. Se trataba de ir a bucear a la isla de gato, un santuario marino a unos cuarenta minutos de Malapascua donde se pueden ver corales blandos de todos los tipos y colores, pequeños peces pero también tiburones de punta blanca. La primera inmersión fue divertida pero la mejor fue la segunda cuando pudimos ver tiburones de aleta blanca de dos metros escondidos entre los corales.
Por la noche me acerqué al
bar de la escuela de buceo donde estaba alojado mi compañero Mel para que me
pasara las fotos y vídeos de la inmersión y allí me encontré con un grupo de
españoles increíble. Había instructores que trabajaban allí Lidia, Quique y
Ángel. Itxaso y Mikel dos vascos muy majos que llevaban seis meses viajando por
el sudeste asiático y que ahora se les había unido su colega de Madrid Rubén, o
Ana una madrileña de malasaña que lleva 6 meses conociendo mundo y que había parado
en Malapascua para sacarse su curso de buceo avanzado.
Al día siguiente tocaba
descansar, así que después de ponerme al día con la colada decidí acercarme a
la playa de los Bambúes que el día anterior me habían comentado Mikel, Itxaso y
Rubén. Una pequeña playa de arena blanca y aguas cristalinas situada al norte
de la isla. Un lugar paradisiaco para descansar y pegarse un baño. Por la tarde
volvimos a reunirnos la comunidad española y conocimos al matrimonio Ana y Fran
que llevaban y su hija Maya de tres años que llevaban viajando 6 meses y que
planeaban de continuar durante un año y medio más. Todo un ejemplo de que hay
otras formas de vivir igual de válidas.
Mi último día en la isla fue
la traca final a una estancia genial. Primero por la mañana fuimos con Yun Yun,
el dueño de mi guest house, a bucear y saltar desde el acantilado de diez
metros que hay cerca de la playa de los Bambúes. Un salto increíble por cierto.
Y por la tarde-noche una fiesta española por todo lo alto en casa de Angel.
Tortilla española, ensalada y pan con tumaca. Musiquita y buen ambiente. ¿Qué
más se puede pedir? Fue una velada genial que cerro cuatro días increíbles en
Malapascua.
Cuando terminamos de comer y
de beber aquellos que nos íbamos intercambiamos mails y nos despedimos con la
intención de volver a vernos más adelante en nuestros viajes. Hoy me he
despertado pronto, preparado la mochila y junto con Itxaso, Mikel, Rubén y Eva
hemos venido todos a Cebú desde donde cada uno sigue caminos diferentes. En mi
caso me quedo de couchsurfing en casa de Arthur para mañana volar a la isla de
Palawan, pero eso será otro post.
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