Todas las fotos de este post han sido cedidas por otras cámaras de fotos que no son la mía ni mi móvil
Cogí el jeepene de las 7:30 hasta
y luego una furgoneta privada ya que el otro yeepene público no terminaba de
llenarse y además era el mismo precio. Durante el camino conocí a akñdfa un
chico coreano que vive en Manila y que había escapado por unos días del estress
para relajarse en la cordillera. Estuvimos hablando todo el viaje y al final
intercambiamos mails para vernos en Manila cuando pase por la ciudad. La verdad
es que es bueno tener contactos para cuando llegue a la mega urbe.
Me levanté temprano con la
idea de llegar a Banaue lo antes posible. La guía lo ponía como un pueblo
interesante dentro de la ruta de la cordillera pero ya había sido advertido por
un grupo de alemanes que había conocido en la guest house de Sagada y que ya
habían llegado a Banaue antes que yo que tampoco merecía mucho la pena.
Es lo que tiene vivir al lado de la carretera, que un día de estos se te lleva por delante la casa una roca de 50 toneladas.
Banaue cumplió todas las
expectativas de pueblo sin nada que ofrecer así que rápidamente pensé en
maneras de salir de ahí hacia Batad. La primera opción era el jeepene público
de la tarde, que te deja en lo alto de la colina desde donde tienes luego una
marcha de 45 min. Hasta que llegas al pueblo. Miré al cielo y vi las nubes
amenazaban una lluvia como la del día anterior y decidí rápidamente que no
quería arriesgarme a llegar a última hora y empapado así que decidí coger un
motociclo. El motociclo es una moto con sidecar decorada de la misma forma
extravagante que los jeepenes que se usa para distancias cortas. En este caso
para que me llevara desde Banaue hasta el cruce de la carretera que llevaba
hasta Batad.
Por el camino entendí vi como, al igual que en otros sitios de asía, los perros son un plato más de la dieta .
Llegué al cruce después de
1h de camino por una carretera de vistas espectaculares, una vez allí me cargué
la mochila a la espalda y me dispuse a recorrer los 3km. cuesta arriba por una
carretera que más bien parecía un camino de cabras para luego bajar los 430
escalones del atajo que lleva hasta Batad. Ni que decir tiene que cuando llegué
a mi destino tenía la espalda molida pero con la satisfacción de haber llegado
antes del jeepene y con tiempo de sobra para buscar alojamiento y darme una
vuelta.
Batad es increíble, el
silencio y la tranquilidad del lugar envuelve unas vistas espectaculares a un
valle rodeado de terrazas de arroz de un verde brillante que salpica tus ojos.
Las vistas definitivamente merecían la pena el haber subido andando con la
mochila. Me inscribí en el libro de visitas que no es otra cosa que un invento
para sacar dinero a los turistas, y luego me puse a buscar alojamiento. Después
de negociar la habitación dejé mis trastos y me dirigí al restaurante para
comer en el mirador que tenía las mejores vistas a las terrazas. La comida era
típicamente insípida pero las vistas le daban todo el gusto que necesitaba.
Durante toda la comida me
llamaba la atención el punto más alto del valle que tenía justo enfrente de mí.
No hacía más que preguntarme como serían las vistas desde el lado opuesto de la
montaña. Así que después de reponer fuerzas me decidí a llegar hasta allí en
una pequeña excursión. Jamás pensé que sería la excursión más divertida de
todas las que he hecho en este viaje hasta el día de hoy. Durante el camino
tres chicos se ofrecieron a ser mis guías particulares por 100 pesos, les dije
que no pero empezaron a seguirme, así que lo mejor que podía hacer era
entretenerlos. Comenzamos el juego de “Simón dice”, seguimos con la canción del
tallarín y al final los tres mosqueteros me guiaron entre risas y bromas hasta
el mirador desde donde pude disfrutar de unas vistas del atardecer que quedarán
en mi retina. Fue fantástico.
Al día siguiente me levanté
descansado con la luz de la mañana entrando por mi ventana tenía claro que
quería acercarme a la cascada que hay a unos 45 minutos andando. Los colegas
alemanes que conocí en Segada y me había encontrado el día anterior me dijeron
que era espectacular y que te podías bañar, además mis pequeños mosqueteros me
dijeron durante nuestra excursión del día anterior como tenía que ir, así que
todo estaba dispuesto para mi caminata mañanera.
Caminé por el laberinto de
terrazas hasta el final del valle, subí la colina y allí me encontré con la
senda que bajaría hasta la cascada que ya se dejaba oír a lo lejos. El camino
fue duro, en alguna ocasión los escalones de la ladera parecían hechos para
jugadores de baloncesto en lugar de para las pequeñas piernas de los lugareños.
Pero todo el esfuerzo mereció plenamente la pena cuando después de un recodo
del camino apareció la magnífica cascada de más de 20 metros de altura
vomitando agua sobre el río que corría a sus pies. Me quedé congelado, con los
ojos abiertos como platos y una sonrisa de par en par.
Me quedé durante un buen
rato tumbado entre las rocas, nadando en el río y leyendo mi pequeño libro del
karma, a ver si de una vez por todas consigo entender porque sigue enfadado
conmigo. Fueron unos momentos de paz increíbles, estaba totalmente solo al otro
lado del mundo junto a una casada espectacular, que putada que no os pueda
enseñar fotos mías. Por lo menos me encontré con una pareja de chilenos muy
majos a los que les pedí que me hicieran un par de fotos para que luego me las
mandaran por internet. Creo que se han olvidado de mi mail.
Por la tarde me acerqué a la
guest house de mis colegas alemanes para pedirles las fotos que ilustran este
post y charlar un rato. Ellos se marchaban al día siguiente hacia Manila y yo
decidí que también había llegado el momento de dejar la montaña y dirigirme al
norte a las playas de pagudpud. Pero eso será otro post.
Colegas alemanes que me han dejado las fotos
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