Si en las anteriores aventuras advertí que no se lo contarais a mi madre, en este post una vez más os pido vuestra complicidad para que a mi madre no le de un paro cardíaco.
Tras descansar una noche en
Ampana, tomé el ferry con destino a Gorontalo. El único problema es que,
después de unos días de relax, mi karma decidió aparecerse y averiar el ferry
que salía del pueblo de Ampana para que tuviera que irme veinte kilómetros fuera
de la ciudad donde parecía haber otro que también salía ese día.
Viajé durante todo el día y
parte de la noche hasta llegar a las cuatro de la mañana al pequeño puerto de
Gorontalo. Una vez más la escena en el muelle se repetía. Noche cerrada,
barullo de gente desembarcando, coches, camiones y tunantes en busca de
turistas para timarles y meterles en sus taxis.
En mi mente estaba la idea
de ir a mi siguiente destino que era la ciudad de Manado desde donde podría
bucear en las islas de Pulau Bunaken. En principio pensé en unirme a uno de los
grupos de turistas que viajaban en el mismo ferry y pero viendo la situación me
uní a dos holandeses muy majetes Anauk y Paul para montarnos en un motocarro
hasta la parada de autobuses. Una vez allí nos montamos en uno de los vetustos
autobuses típicos indonesios que salían a las ocho de la mañana para hacer doce
interminables horas de viaje y llegar a la ciudad de Manado. Menos mal que,
entre las estupendas vistas y la agradable compañía de Anauk y Paul, el viaje se hizo más que agradable.
Los días que siguieron en
manado fueron liosos, confusos y algo frustrantes porque aunque tenía muchas
ganas de bucear en las islas de Bunaken que están a 1h de ferry desde Manado. Debido
al mal tiempo, los escasos días que me quedaban de visado y lo caro que se habían
puesto los billetes de avión, tal como llegué tuve que coger un avión para
volar a Bali.
Una vez aterricé en la isla decidí
que mejor que quedarme en kuta viendo australianos borrachos, esta vez aprovecharía
el tiempo y me iría al sur de Bali a visitar la península de Ulu watu, un lugar
mucho más relajado y paraíso oficial de surferos, mientras planificaba mi
siguiente paso a la isla de Flores donde pretendía disfrutar de uno de los
mejores sitios de buceo del planeta. Lo que no sabía es que también es uno de
los más peligrosos del planeta, pero ya llegaremos a ese momento fatídico.
Por fin el día 3 de
noviembre cogí un avión barato de la línea sky aviation y en una hora y media
estaba aterrizando en el diminuto aeropuerto de Labuan Bajo en la isla de
Flores. Por cierto que se está construyendo un aeropuerto internacional mucho
más grande justo al lado y que en breve estará funcionando, con la marea de
turistas que eso traerá. Así que recomiendo ir antes de que esto suceda.
Para ir del aeropuerto a la
ciudad sólo se puede coger un taxi que si lo compartes no sale caro. Labuan
Bajo es una pequeña ciudad portuaria con bastante encanto y centro de
operaciones para poder bucear en el parque nacional de Komodo. Como siempre el
primer paso fue conseguir habitación, cosa que logré en un pequeño hotel
situado en la carretera principal debajo del restaurante italiano. El precio
era adecuado 100.000IDR y estaba bien situado. Una vez resuelto este tema
quedaba elegir escuela de buceo y resolver el tema de mi visado que se me
caducaba en menos de una semana.
Después de mirar y hablar
con todas las escuelas de buceo me quedaron claras dos cosas, una que bucearía con la pequeña komodo dive
center regentada por un chico alemán muy majo y muy profesional, y lo más
importante que bucear en Komodo no era moco de pavo. Resulta que es uno de los
sitios más impresionantes del planeta para bucear porque puedes ver todo tipo
de bichos, ballenas, tiburones, bancos de peces enormes pero todo ello tiene un
precio. Resulta que komodo es uno de los sitios más peligrosos para bucear
debido a las fuertes corrientes, pero volveré a ese tema más tarde.
Una vez asentado en la
ciudad me fui a cenar en un pequeño restaurante local cercano a mi hotel que
hacía un pollo exquisito y a descansar que ya tocaba.
Al día siguiente busque me
levanté tarde y me acerqué a la oficina de inmigración cerca del cruce de la
carretera del aeropuerto para ver si podía gestionar la prolongación de mi
visado. La cosa no fue tan fácil cómo creía. Resulta que si has entrado en el
país con el visado de dos meses como fue mi caso, necesitas que una empresa
local te esponsorice y se responsabilice por tu estancia. Esto en un principio
no es nada difícil sobre todo si estás en Bali donde cualquier agencia de viaje
te lo hace por unas 500.000-700.000 INR.
El problema es que en flores,
excepto en una pequeña agencia pegada a mi hotel, nadie hacía la gestión y el
pago por los papeles costaba lo mismo que un vuelo a Kuala Lumpur. Con lo que
la solución era clara, terminaría mis días buceando en indonesia y llegado el
momento volaría a Malasia para regresar a Indonesia y visitar la isla de
Sumatra.
Una vez aclarado todo el
trámite fui a visitar la pequeña ciudad portuaria, fijar las inmersiones con mi
escuela de buceo y descansar viendo una de las maravillosas puestas de sol de
Labuan Bajo.
El cinco de noviembre empecé
con mis primeras inmersiones Komodo. Me levanté temprano y, tras desayunar el
típico té con tortita de plátano, me acerqué a la escuela de buceo para
reunirme con el equipo de buceo. Después de reunirnos todos los buceadores caminamos
hacia el muelle y subimos a nuestro barco con destino a la primera inmersión en
Batubolong.
A pesar de que ya me habían
comentado lo increíble que podían ser las inmersiones en Komodo, nada podía prepararme
para el maravilloso espectáculo de vida, luz y colores que pude ver en mi
primera inmersión. Nada más entrar en el agua nos sumergimos a unos 20 metros y
desde el primer instante un torrente de vida nos rodeó. Miles y miles de peces
nadaban entre los corales multicolores. Enormes peces sweetlips y peces
napoleón rondado los pináculos, tiburones de punta negra escondidos bajo las
rocas y enormes bancos de fusilier fish. No me lo podía creer era algo
maravilloso, una de esas inmersiones que te hacen querer haber nacido pez.
Después de una hora de
inmersión regresamos al barco para descansar, hacer la parada de superficie,
comer algo y desplazarnos hacia la segunda inmersión en el manta point. Y todo
ello con el buen rollo y la música de King África.
Creía que la primera
inmersión sería difícil de superar. Nada más alejado de la realidad, fue una
inmersión única. La localización no era nada del otro mundo, una explanada
cubierta por rodales de coral suelto y una fuerte corriente que te arrastraba a
lo largo del lugar. Precisamente por esa corriente era el lugar predilecto por
las mantas como estación de limpieza.
Tras unos minutos nadando
entre retales de coral y arrastrados por la corriente empezamos a ver nuestros
primeros animales. Una pequeña raya de puntos azules y un pequeño calamar. Pero
lo mejor estaba detrás de la esquina. ¡Seis mantas de cuatro o cinco metros de
grande! Una por una fuimos cruzándonos con estos enormes y preciosos animales.
Mientras ellos eran capaces de mantener la posición moviendo de manera
magistral sus enormes aletas para que les limpiaran las impurezas. Nosotros
buscábamos rocas donde poder anclarnos con los garfios y nos maravillábamos con
el espectáculo que teníamos frente a nuestros ojos.
El día estaba siendo increíble,
superaba plenamente todas mis expectativas. Y para terminar una última
inmersión relajada y multicolor en Sabayur Reef. Un arrecife maravilloso lleno
de coloridos colores y poblado por todo tipo de vida subacuática: Emperadores,
Meros de coral, tortugas, sweet lips, morenas.
Con el subidón de una
estupenda jornada de buceo volvimos a Labuan Bajo para comentar las inmersiones
y cenar tranquilamente.
El día seis de noviembre
salté de la cama con todas mis energías imaginando las maravillas que podría
ver ese día. Aunque quizás si hubiera sabido lo que me esperaba ese día a lo
mejor hubiera preferido quedarme en la cama. Pero bueno para eso todavía
quedaban unas horas y una inmersión por delante.
Para este segundo día de
buceo tuve la suerte de tener como compañeros de inmersión al dueño de la escuela
y a su mujer que querían aprovechar el día para hacer fotografía submarina. La
primera localización fue Tatawa Besar un maravilloso arrecife cargado de corales
y vida. Una primera toma de contacto perfecta y todavía quedaba lo mejor, o por
lo menos eso pensaba yo.
La segunda inmersión era en
el famoso enclave de Cristal Rock. Ya desde el primer día me habían hablado de
este lugar como uno de los puntos obligados si alguien quiere disfrutar del buceo
en Komodo. También me habían advertido de ser uno de los lugares más
complicados y difíciles para bucear por sus fuertes corrientes. Pero nada de
las advertencias hacían presagiar lo que vivimos en esa segunda inmersión.
Llegamos a Cristal Rock con
el comienzo de la marea, el mejor momento para visitar esa zona ya que eso
significaba buenas corrientes y buenas corrientes significaban peces enormes.
Durante el briefing en el barco nos advirtieron de la peligrosidad del lugar y
la singularidad de su topografía. Se trataba de dos pináculos en forma de castillo
sumergidos bajo el agua y enfrentados a una corriente frontal continua que se
correspondía con la entrada de la marea a la bahía del parque natural.
La Gran Inmersión en Castle Rock
La manera de atacar esta
inmersión era sencilla. Nos dividiríamos en grupos de 3 buceadores con un guía
cada grupo. El barco nos dejaría a unos quinientos metros de los pináculos y
nosotros descenderíamos rápidamente hasta una profundidad de unos veinte cinco
metros, mientras nos dejábamos arrastrar por la corriente que nos llevaría
hasta la zona de los pináculos. Una vez divisados estos, deberíamos forzar
nuestras piernas para situarnos justo en el centro de la formación donde la
corriente se dividía en dos. Una vez allí podríamos anclarnos al suelo y
disfrutar del espectáculo.
Bueno la teoría era
sencilla. La práctica no lo fue tanto. Y es que resulta que aquel día la
corriente era especialmente fuerte en Castle Rock. Moritz, su mujer y yo nos
sumergimos nada más entrar en el agua para evitar que la corriente nos
arrastrara más de la cuenta. En el momento que mis ojos entraron debajo de la
superficie, pude ver la inmensidad del gran azul rodeándome mientras veía
sumergirse a mis dos compañeros a gran velocidad. Rápidamente me di cuenta que
no se trataba de una inmersión como ninguna de las que había realizado en mi
vida y me apresuré a forzar mis piernas y patear el agua con rabia.
Después de unos minutos
divisamos la silueta de castle rock y, como nos habían advertido en cubierta,
pateamos con violencia para poder conseguir llegar al punto clave del castillo
donde se dividía la corriente. Según me iba acercando a la roca me daba cuenta del
poder de la corriente y de que ese sitio no era ninguna broma. Si queríamos
mantenernos unidos tendríamos que darlo todo para que la corriente no nos
empujara a mar abierto.
Rápidamente tanto la mujer
de Moritz como yo nos agarramos a una roca y nos agazapamos pegando el pecho al
suelo oceánico para lograr la posición más hidrodinámica que lograra burlar la
fuerte corriente. Cuando con mucho esfuerzo conseguí anclar mi garfio a una
roca firme giré mi cabeza para buscar a mis compañeros y fue entonces cuando vi
a Moritz salir despedido por la corriente ya que la roca a la que se había
agarrado se arrancó del suelo y ambos fueron arrastrados por la fuerte
corriente hasta que dejamos de verlos.
Yo no me lo podía creer, me
encontraba a veinticinco metros de profundidad en medio de ninguna parte, una
corriente brutal que amenazaba con arrancarme la máscara o el regulador y mi
instructor de buceo había desaparecido igualmente arrastrado por la misma. Aunque
la situación podría parecer dramática no quedaba otra que guardar la
compostura, relajarse y disfrutar de la virulencia del océano mientras
esperábamos a que Moritz apareciera.
Después de unos minutos
esperando Moritz apareció y nos indicó que le siguiéramos dejándonos arrastrar
por la corriente ya que el sitio donde estábamos no era nada seguro. El plan
era nadar y refugiarnos de la corriente al otro lado del pináculo, no obstante
cuando no llevábamos ni diez metros nadados revisamos nuestros consumos de aire
y vimos que casi estábamos en 60 bares. ¡Increíble!, no llevábamos ni quince
minutos y ya casi habíamos consumido más de la mitad de la botella. Sólo
quedaba una solución, salir a mar abierto y hacer la parada de seguridad allí.
Nos empujamos de la roca y
dejamos que la corriente nos llevara a mar abierto donde empezamos a subir.
Todo parecía ir bien hasta que de repente empecé a escuchar un pitido proveniente
de mi ordenador de buceo. ¡Subía demasiado rápido! Tenía que frenar mi ascensión
o podría tener problemas de descompensación así que intenté frenarme pero la
corriente era caprichosa y ahora jugaba con los tres subiéndonos y bajándonos
como si estuviéramos dentro de una lavadora. No quedaba otra que volver a
relajarse, dejar que te llevara la corriente y regular tu profundidad mirando
al ordenador para no subir demasiado rápido ni volver a bajar a las profundidades.
Por fin tras veinticinco
minutos de inmersión subimos al barco donde nos encontramos con el resto de
compañeros que contaban la misma historia. Algunos la corriente les había
subido demasiado rápido y habían entrado en descompensación y les dolía todo el
cuerpo. Otros contaban como la corriente casi les había arrancado las aletas. Y
al comparar todos nuestros reguladores muchos habían terminado con los tanques
casi vacíos. Eso si todos teníamos una sonrisa en la cara por la aventura
vivida. Y lo mejor de todo fue que mientras comentábamos las mejores jugaras
alguien gritó por estribor, ¡Tiburón ballena! Todos salimos corriendo y pudimos
ver una criatura de tiburón ballena no más grande de un metro. Era precioso
nadando cerca del barco con un color parduzco brillante.
Con los nervios todavía a
flor de piel después de la última inmersión nos dirigimos a nuestra última
localización, Couldron. Un lugar espectacular que empezaba con un arrecife de
coral espectacular para luego acabar en una garganta de fuerte corriente donde
los peces quedaban parados a esperar que apareciera la comida. Por último
debíamos dejar arrastrarnos por la corriente pasar una loma en medio del
arrecife y llegar a un maravilloso bosque de coral blando con miles de peces de
colores.
Con todavía el subidón de
adrenalina después de un día increíble de buceo volvimos a Labuan Bajo a
descansar en la escuela de buceo y rememorar las aventuras de ese día.
En mi último día de buceo en
komodo decidí hacer sólo dos inmersiones una en Sabayor y otra en Tatawa Kecil,
ambas increíbles. Pero como todo lo bueno llega a su fin tocaba planificar mi
próximo movimiento, un crucero de tres noches y cuatro días que me llevaría
desde Labuan Bajo a Lombok y con el que podría ver los famosos dragones de
Komodo.
Pero como siempre digo, eso
será parte de mi próximo post.
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