El
23 de octubre llegamos a nuestra guest house en Malengue bien entrada la noche
y con el cuerpo destrozado. Después de elegir bungalow y, como teníamos los
estómagos cantando la Traviata después de un viaje tan largo, enseguida de dejar
nuestras mochilas nos acercamos al comedor para cenar.
El
ambiente era encantador. Alrededor de una gran mesa rectangular se sentaban
varias parejas de turistas franceses y una de españoles que estaban durmiendo
en la isla desde hacía unos días. Susana, Carlos y yo encantados con el lugar
nos unimos al grupo y enseguida nos pusimos a hablar con la pareja de Barcelona
con los que habíamos coincidido también en Kadidiri ajenos a la bomba que
quedaba por venir.
LA GRAN ESTAFA
Al
cabo de unos minutos nos trajeron la cena y Mike, el dueño de la guest house,
se acercó para preguntarnos de dónde veníamos, cuánto tiempo teníamos pensado
quedarnos y cuál era nuestro siguiente paso. Fue entonces cuando se abrió la
caja de pandora. Nosotros le explicamos que nuestra intención era pasar el día
siguiente disfrutando de la isla, dormir una noche más y el viernes nos
vendrían a buscar en un bote privado para llevarnos a Dolong desde donde el
sábado 26 cogeríamos el ferry público que nos llevaría hasta Gorontalo. Una vez
allí Carlos y Susana cogerían un avión de vuelta a España y yo seguiría mi
camino hasta Manado para poder bucear en Bunaken.
En
cuanto terminé mi pequeña descripción del itinerario que íbamos a seguir Mike
se apresuró a decirme que eso no podía ser porque el ferry de Dolong a
Gorontalo llevaba estropeado varios meses y no era hacer ese trayecto. La
mandíbula se me cayó hasta los pies como en los dibujos animados. Carlos,
Susana y yo nos miramos incrédulos sin dar crédito a lo que estábamos
escuchando. - ¿Cómo que no podíamos ir a
Gorontalo desde Dolong? – Si ya habíamos cerrado y pagado el itinerario con
Urfa en Ampana.
- ¿Quién os ha dicho que
había un ferry desde Dolong a Gorontalo?
- Miss Harbour…Urfa -
respondimos a Mike con cierta timidez.
- ¡¿Urfa?! ¡Oh no, Urfa no!.
Es una mala persona y una timadora…no hombre no, Urfa no, ¡¿cómo os habéis
fiado de ella? – En este momento a Carlos, que de por sí nunca se fió de Miss
Harbur, se le puso la vena del cuello como un rotulador Edin.
La rabia, la incredulidad y
la mala leche se mezclaron en nuestros cerebros mientras asimilábamos la
noticia. No podíamos creernos que la persona que tan amablemente nos había
explicado todo el sistema de horarios de los ferris, hubiera tenido la poca
vergüenza de dejarnos vendidos en una isla en medio de ninguna parte sabiendo
que Carlos y Susana tenían que coger un avión al día siguiente.
En el comedor todos nos
miraban con pena mientras la ansiedad crecía en Carlos y Susana pensando cómo iban
a poder salir de ahí y llegar al aeropuerto a tiempo. Tras cavilar teorías y
buscar combinaciones de ferris nos dimos cuenta que no había forma de que
Susana y Carlos siguieran con el plan de viaje y se pudieran quedar para
disfrutar de la isla de Malengue, sino que si querían coger el avión de vuelta
a España deberían salir de la isla esa misma noche a las cuatro de la
madrugada. Podéis imaginar la cara que se les quedó a los pobres Carlos y
Susana.
Así pues nos fuimos a la
cama a las doce de la noche y a las cuatro de la mañana ya estábamos en pie.
Carlos y Susana porque tenían que coger el bote para regresar a kadidiri donde
montarían en otro ferry dirección a Gorontalo y yo porque, aunque había
decidido quedarme en Malengue y seguir mi viaje sólo, quería despedirme de los
que habían sido mis compañeros de viaje durante las últimas semanas. Lástima
que ni siquiera pudieran quedarse a disfrutar del impresionante amanecer que se
podía ver desde la isla.
Ya solos en la isla Sebastián
y yo dejamos durmiendo a Marco y nos
fuimos a recorrer la isla camino del puente de teca que unía las islas. La
excursión fue chulísima porque subimos a lo más alto de la isla desde donde
había unas vistas espectaculares. Aunque lo mejor de todo vino después cuando
llegamos a la pequeña villa donde comenzaba el puente y donde pudimos hablar
con la gente que amablemente nos invitaba a su casa para enseñarnos lo poco que
tenían e intentar mantener una conversación aunque no habláramos su idioma ni
ellos el nuestro.
Al final del puente se
encontraba la pequeña villa pesquera de casas flotantes donde vivían la mayoría
de los lugareños de la zona. Un lugar encantador de casas de madera apiñadas alrededor
de una colina que miraba a un horizonte de aguas turquesa. En el centro se
alzaba una pequeña mezquita que podía en los cinco rezos diarios. Correteando
entre los muelles de madera y callejuelas se mezclaban los niños sonrientes con
las delgadas cabras y las pequeñas gallinas. El día a día de esa pequeña aldea
era algo mágico.
La gente que quería llamar
por teléfono tenía que subir a lo alto de la colina y porque desde allí era el único
sitio donde había señal. Resultaba cómico ver como los pocos vecinos con móvil
intentaban encontrar señal alargando sus brazos subidos a una piedra para
mandar mensajes a sus amigos, novias o maridos en otras islas. Además las vistas a la bahía y nuestra isla eran increibles.
Los días pasaron tranquilos
disfrutando del pequeño paraíso donde vivíamos. Éramos los únicos tres
extranjeros que habitábamos una isla maravillosa, de paisajes únicos y con una
familia encantadora que preparaba una cocina casera exquisita. Y todo ello por
sólo 100.000INR es decir 6,4€.
Por la mañana íbamos a hacer
snorkel con el bote y por la tarde noche descansábamos en el pequeño muelle
mientras veíamos como los niños volvían a sus casas caminando tranquilos por el
muelle y los lugareños venían a pescar del banco de peces que siempre se arremolinaba
debajo del muelle.
Por último antes de saborear
la comida casera que nos preparaba la madre de la familia disfrutábamos de las
magníficas puestas de sol y, ya entrada la noche, nos bañábamos en las
aguas cálidas mientras jugábamos a remover el plancton que brillaba con
intensidad con cada uno de nuestros chapoteos.
Tras cuatro días el domingo
27 noviembre me tocó a mí levantarme a las cuatro de la mañana para coger el
ferry que me llevaría a Ampana. Allí me quedaría una noche a descansar después
del largo viaje de más de medio día y podría conectarme a internet para ver cuál
sería mi siguiente paso del viaje.
El barco fue parando en todo
los pequeños puertos de cada una de las islas hasta llegar a medio día a la
isla kadidiri donde paramos durante una hora para recargar el barco con comida,
pasajeros y mercancías diversas.
Lo gracioso de la parada ese que mientras paseaba por las calles estrechas de kadidiri me encontré con Linn la pequeña mujer que gestionaba el black merlyn resort donde Susana, Carlos y yo habíamos estado buceado. Ella me reconoció enseguida y vino corriendo a hablar conmigo para contarme como Susana y Carlos se habían encontrado con Miss Harbur en su camino de vuelta y al ir a hablar con ella para que les devolviera el dinero ella se volvió loca de ira e incluso les amenazó con un cuchillo. Los pobres tuvieron que llamar a la policía para que Urfa les devolviera su dinero. Os podéis imaginar que tras este relato yo no quisiera cruzar ni una palabra cuando vi a Urfa en el muelle de Amapa esperando a los turistas que íbamos en el ferry empuñando un garfio en la mano. Por más que quise decirle tres o cuatro cosas, preferí dejarlo pasar y retirarme a descansar para planificar mi viaje a komodo en lo que sería una larga y tediosa aventura.
Lo gracioso de la parada ese que mientras paseaba por las calles estrechas de kadidiri me encontré con Linn la pequeña mujer que gestionaba el black merlyn resort donde Susana, Carlos y yo habíamos estado buceado. Ella me reconoció enseguida y vino corriendo a hablar conmigo para contarme como Susana y Carlos se habían encontrado con Miss Harbur en su camino de vuelta y al ir a hablar con ella para que les devolviera el dinero ella se volvió loca de ira e incluso les amenazó con un cuchillo. Los pobres tuvieron que llamar a la policía para que Urfa les devolviera su dinero. Os podéis imaginar que tras este relato yo no quisiera cruzar ni una palabra cuando vi a Urfa en el muelle de Amapa esperando a los turistas que íbamos en el ferry empuñando un garfio en la mano. Por más que quise decirle tres o cuatro cosas, preferí dejarlo pasar y retirarme a descansar para planificar mi viaje a komodo en lo que sería una larga y tediosa aventura.
Pero eso, como siempre, será
parte de mi siguiente post.
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