El trece
de octubre Susana y yo nos despertamos temprano para ir a Rantepao en el primer
minibús que salía de Mamasa a las 9:00
a.m.
El
viaje fue una odisea ya desde sus comienzos. Resulta que la noche anterior nos habían
dicho que el autobús directo no funcionaba porque era domingo y que tendríamos
que coger un minivan. Pero cuando llegamos a la parada no había más que coches
compartidos y tuvimos que se llenara el nuestro para poder salir. Así que como había tiempo de sobra desayunamos y nos dimos una vuelta por el mercado local, total en
lugar de salir a las nueve íbamos a salir pasadas las diez de la mañana.
Como
sucedió en nuestro trayecto hasta Mamasa, el camino de cabras que une Mamasa
con Pare pare hizo el viaje insufrible. Con la pequeña diferencia de que esta
vez el sol nos derretía dentro del coche. Después de cinco largas, sofocantes y
tempestuosas horas llegamos a Pole Wali donde tuvimos que cambiar de coche
porque en el que íbamos no llegaba hasta Pare pare.
Llegamos
a Pare pare por la noche sobre las siete de la tarde y el taxista quiso
dejarnos en una calle en mitad de ninguna parte por donde él afirmaba que
pasaban los autobuses en dirección a Rantepao. Como nosotros ya estábamos muy
cansados del viaje y más que hartos de coche le dijimos que no se hiciera líos
y que nos llevara hasta la terminal de autobuses de Induk. Después de mucho
discutir y de ayudarnos con una lugareña que sabía inglés y pudo traducirnos,
conseguimos que el taxista volviera a meterse en el coche y nos llevara hasta
la terminal. O por lo menos eso nos decía porque cuando nos bajamos del coche
no entendíamos que coño estaba pasando. Resulta que nos paró en medio de un
cruce donde había un puesto de policía y un chico muy amable nos decía que esa
era la terminal de Induk y que no nos preocupáramos que por ahí pasaban los
autobuses en dirección a Rantepao. Sólo teníamos que esperar hasta las diez de
la noche.
Susana
y yo estábamos totalmente descuadrados, no entendíamos como ese sitio podía ser
una terminal de autobuses, ¡era solamente un cruce de carreteras!. Pero por
aquel entonces Susana y yo ya estábamos que nos caíamos de cansancio y nos daba
igual todo así que aceptamos la situación, sacamos nuestras mochilas del coche
y nos sentamos a esperar junto con el resto de policías en la garita.
El
chico que se nos había acercado en el coche nos comentó que él también era
guardia de tráfico aunque esa noche estaba de descanso pero que le gustaba
estar allí con sus amigos y compañeros de trabajo. Como todavía nos quedaban un
par de horas de espera nos indicó donde podíamos cenar y nos aseguró que no nos
preocupáramos que nos avisaría si pasaba algún autobús.
Cuando
terminamos de cenar volvimos a acercarnos a la garita y nuestro amigo nos
comentó que si queríamos podíamos descansar en una especie de cabaña al otro
lado del cruce donde el resto de sus amigos estaba jugndo a la play station.
Nos vino de miedo porque la verdad es que estábamos que nos caíamos y de hecho
Susana se quedó profundamente dormida mientras que yo retaba a mis nuevos
amigos a unas partidas al Pro.
Llegaron
las diez de la noche y volvimos a hacer guardia en la garita del cruce para
esperar a los autobuses pero resulta que, según nos comentó nuestro amigo,
había habido un accidente en la carretera y los autobuses llegaban tarde. Así
que no fue hasta las doce de la noche cuando vimos el primer autobús que iba
hacia Rantepao. Rápidamente salimos a pararlo y cogimos nuestras mochilas para
subirnos a él cuándo nuestro amigo nos comentó que estaba lleno y que no nos
podía llevar. Así que con nuestro gozo en un pozo volvimos a sentarnos a
esperar.
Por
fin al cabo de un rato apareció un autobús pequeño que si tenía plazas y nos
dejaba subirnos. Nuestro colega pidió que le diéramos a él el dinero que él se
encargaría de parar el autobús y hacer las gestiones para que nos llevara. Gran
error por nuestra parte porque evidentemente el chico nos había pedido
120.000IDR cuando el precio son 50.000IDR pero por aquel momento Susana y yo
estábamos demasiado cansados para poder pensar y darnos cuenta del timo.
el timador
El
autobús estaba casi lleno a falta de los dos asientos que terminamos de ocupar
Susana y yo y, dentro de sus diminutas dimensiones, era relativamente cómodo.
Además nosotros estábamos encantados de poder estar ya de camino hacia
Rantepao. Durante el camino ya no podíamos con nuestras almas, era ya de
madrugada y las cabezas nos pesaban como sacos de patatas. Por fin sobre las
cinco de la mañana llegamos a nuestro destino, o por lo menos eso creía yo
cuando el autobús paró y yo me acerqué a preguntarle si habíamos llegado ya a
Rantepao. Como venía siendo habitual en Indonesia el conductor no sabía mucho
inglés y me dijo que sí antes de arrancar de nuevo el autobús. Así que tuve que
decirle que parara y para despertar a Susana y decirle que ya habíamos llegado.
Bajamos del autobús y, como todavía era de noche, pregunté a un lugareño que
estaba en la parada por el nombre del hotel al que queríamos ir y donde
habíamos quedado con Carlos. El hombre muy extrañado me preguntó que donde
queríamos ir y yo le pregunté que al hotel Pison en Rantepao a lo que él me
respondió que ese pueblo no era Rantepao sino que era el siguiente. ¡Joder!
Rápidamente nos dimos la vuelta y paramos de nuevo el autobús que ya se
disponía a seguir camino y volvimos a subirnos a él con la consiguiente
sorpresa de todos los pasajeros.
Por
fin tras una última media hora de autobús llegamos al verdadero Rantepao, es
más, tras nuestro pequeño incidente el autobús nos dejó enfrente del hotel al
que queríamos ir. Una vez más cargamos con nuestras mochilas y caminamos hasta
la recepción del hotel donde, dada las horas que era, no había ni el tato. ¡Hello!
Pero nadie contestaba, ¡Hello!! Y nadie que apareciera por la recepción, yo ya
me veía durmiendo en el sofá del hall. Después de mucho darle a la campanilla
por fin apareció una mujer con legañas en los ojos y una agradable sonrisa.
Preguntamos si había habitaciones y por suerte quedaba una disponible, además
estaba pegada a la habitación donde dormía Carlos. Hicimos nuestro check in y
yo me fui directamente al darme una ducha y meterme en el sobre mientras que
Susana despertaba al pobre Carlos para decirle que ya habíamos llegado, que
íbamos a descansar y que luego nos veíamos.
Sobre
las once de la mañana nos despertamos y fuimos a la cafetería a reunirnos con
Carlos que, según nos comentó, él también había llegado destrozado de su viaje
desde Makassar hasta allí. Una vez hechas las presentaciones salimos a recorrer
el pueblo y ver cómo podíamos ver los famosos funerales. Rantepao es
relativamente pequeño con una calle principal que atraviesa la ciudad donde se
encuentran la mayoría de comercios y un cruce principal donde se encuentra el
mercado. La ciudad en sí no tiene mucho pero es un buen sitio tranquilo con
todas las necesidades desde donde poder hacer excursiones por la zona.
Preguntamos
cerca del estadio de fútbol para alquilar una moto y en el mismo sitio nos
ofrecieron la posibilidad de hacer una excursión de todo el día para ver un
funeral que se estaba celebrando cerca de ahí. Hicimos cuentas, regateamos y al
final accedimos al trato. La chica nos dijo que tenía que prepararlo y que
mientras tanto podíamos ir a tomar un café. Así lo hicimos y a la vuelta la
vimos cambiada de ropa y con una camiseta de España dispuesta a ser nuestra
guía pero el problema es que, como era fiesta nacional en indonesia y había
mucho turista en Rantepao, no había motos disponibles. Además el tiempo se
estaba nublando y amenazaba tormenta con lo que decidimos posponerlo para el
día siguiente.
Así
que con el cambio de planes los tres mosqueteros nos fuimos a recorrer los
alrededores del pueblo. Hicimos una pequeña excursión muy chula al otro lado
del río entre arrozales y casas típicas mientras todos los lugareños nos
saludaban y querían hacerse fotos con nosotros. Estuvimos todo el día caminando
hasta que llegó la hora de comer y volvimos a Rantepao donde pasamos el resto
de la tarde tranquilamente.
Al
día siguiente nos levantamos temprano porque queríamos cambiarnos de hotel y
mudarnos a una homestay que habíamos encontrado el día anterior enfrente del
campo de fútbol mucho mejor, más económica, mejor comunicada y con un desayuno
increíble.
Después
de dejar nuestras mochilas en panorama homestay y pegarnos un desayuno como
pocos, nos fuimos a ver a nuestra amiga para ir a ver el funeral. Lo primero
que nos encontramos fue que al llegar el alquiler de las motos había subido
porque el dueño decía que había mucho turista y que el precio era más alto.
Como a mí sinceramente esos malos juegos no me gustan, salí de la tienda y pregunté
en el establecimiento de al lado si me alquilaban las motos por el precio de
40.000 y ¡Bingo! No hay nada como el libre mercado.
Una
vez solucionado nuestro pequeño incidente inicial, partimos en dos motos hacia
nuestro primer destino, una pequeña villa tradicional perteneciente a una de
las familias más importantes de la zona donde podríamos admirar las tongkonans
(casas tradicionales). En el lado derecho de la villa se alzaban las casas
familiares y en frente las cabañas con la misma forma pero más pequeñas, donde
se almacenaba el arroz.
Según
nos explicaba la guía el tejado elevado en forma de “U” representaba una balsa
igual que las que utilizaron los primeros pobladores de la zona, pero también
existe la teoría de que sea construyera con esa forma emulando unos cuernos de
búfalo. Dentro se podían encontrar res habitaciones una para dormir los padres,
otra como zona principal, cocina y donde dormían los hijos, y por último una la
habitación donde dormían los abuelos.
En la entrada el pilar central de la casa comunal tenía un montón de cuernos de búfalo que se colgaban ahí después de cada funeral. Cuantos más cuernos de búfalo se puedan ver, mayor será el estatus de la casa. Y esta era de las gordas.
Seguimos
caminando por la villa hasta que nos encontramos con el panteón familiar. Una
enorme cabaña con un ataúd circular donde reposaban todos los miembros de la
familia. Siguiendo el camino llegamos a unas cuevas donde podríamos ver los
otros dos tipos de enterramientos. En ataúdes colgantes y en nichos dentro de
la roca. A los Toraja se les enterraba con todas sus posesiones pero, como esto
provocó el saqueo de las tumbas, empezaron a esconder a sus muertos en cuevas. Los
ataúdes se colocaban en lo más profundo de las cuevas o colgados del techo.
Después
de nuestra visita a la cueva llegaba la hora de acercarse al funeral. Para los Toraja
los funerales son ceremonias muy importantes. Normalmente se celebran dos
funerales. Uno más sencillo justamente después de que la persona haya fallecido
y un segundo más elaborado y de carácter más social después de haber realizado
los preparativos. Hasta el segundo funeral el muerto duerme en la casa donde
vive el resto de la familia porque, según nos explicaba nuestra guía, la
creencia local dice que hasta el entierro se cree que la persona no está muerta
sino que está dormida y por eso debe de quedarse en la casa por si alguna vez
despierta.
Los
funerales de los Toraja son auténticas fiestas que duran varios días. Cuanto
más importante es la familia más grande es la celebración. Según el día en el
que vayas los eventos serán unos u otros. El primer día se realiza una especie
de desfile con bailes y presentación del difunto. En el segundo día, que fue el
que nosotros fuimos, se presentan los invitados y cada uno de ellos lleva uno o
más animales que regalarán a la familia. Los más valorados son los búfalos,
pero también se llevan cerdos. Y por último el tercer día es cuando se realizan
los sacrificios de los animales. Los Toraja creen que las almas de los animales
deben acompañar a sus amos en la otra vida, de ahí la importancia de su
sacrificio. El número de animales que se una ocasión una familia llegó a
sacrificar más de cien búfalos. ¡¿Exageración?!, pues dado lo que yo vi ahí ese
día…juraría que no.
El
ambiente era muy festivo con miles de personas que se habían acercado a
celebrar el funeral. El ataúd del muerto, una mujer en este caso, presidía las
celebraciones desde lo alto de una torre mientras que los invitados se sentaban
según su estatus en un lugar u otro. Los más importantes en una cabaña
principal y en las casas donde se almacena el arroz, mientras que el resto de
invitados se sentaban en gradas de dos pisos que se habían construido para el
funeral y que se destruirían una vez terminado el mismo.
Paseamos
por la zona admirando la manera tan diferente de celebrar la muerte que tienen
los Toraja. Como había que dar de comer a los invitados, sacrificaron un búfalo
y un par de cerdos en una zona especial que tienen para tal evento.
Luego nos llevaron a una de las gradas donde nos invitaron a sentarnos y contemplar el desfile de ofrendas a la familia. Durante todo el tiempo que estuvimos allí se oía por la megafonía a una persona anunciando a los invitados y los regalos (búfalos o cerdos) que traían a la familia. Los más importantes y valorados eran los búfalos blancos y negros por su rareza y su tamaño.
Una
vez que vimos el desfile de invitados volvimos a montarnos en nuestras motos y
fuimos a visitar otras tumbas características de los Toraja. El paseo en moto
fue una pasada, recorrimos pequeñas carreteras secundarias rodeadas por campos
de arroz y atravesamos pequeños pueblos donde sus habitantes nos miraban
sorprendidos, sonreían y saludaban con un ya conocido “hello mister”.
Primero
visitamos una tumba tradicional donde los Toraja enterraban a los recién
nacidos y niños hasta seis meses. La tumba era una preciosidad. Se trataba de
un árbol de la vida sagrado para los Toraja. La razón por la que entierran a
los niños dentro de su tronco es porque creen que el árbol les amamantará con
su sabia y sus almas podrán vivir dentro de él. Me pareció una historia
preciosa.
Tras
otro paseo llegamos a unas tumbas talladas en la roca que tenía como guardianes
a los tau tau. Estas efigies de madera representan a los muertos y están
sentados o colgados en balcones en la fachada de las tumbas. Son unas figuras
preciosas pero debido al saqueo de tumbas, muchas familias guardan ahora los
tau tau en sus casas.
Pasamos
todo el día disfrutando de la compañía de nuestra guía que nos iba explicando
todo sobre la cultura Toraja y enseñándonos todas las tumbas, cuevas y sitios
especiales del lugar hasta bien entrada la tarde que regresamos de nuevo a
Rantepao. Yo además estaba particularmente deseoso de acabar el día porque, por
alguna razón que a día de hoy desconozco, empecé a sentir un fuerte dolor de
tripa que no conseguí quitarme hasta
muchos días después. Así que mientras yo me volvía a descansar a nuestra
homestay, Carlos y Susana fueron a comprar víveres para cocinarnos unas
ensaladitas para cenar, una medicina para mi tripita y los billetes de autobús
para nuestro siguiente destino, Tentena. Pero eso será parte de mi próximo
post.
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