El
jueves diez de octubre Susana y yo nos despedimos de Juanma en el Aeropuerto de
Lombok y cogimos el avión de las nueve y cinco de la noche hacia Makassar capital
de la isla de Sulawasi al norte de lombok.
Aterrizamos
en el aeropuerto internacional de makassar sobre las diez y veinte de la noche y,
como ya era demasiado tarde y los pete petes no funcionaban a esas horas,
tuvimos que coger un taxi para que nos llevara hasta el centro de la ciudad
donde nos alojaríamos en un hostal muy sencillo para pasar la noche.
Makassar
es la tercera ciudad en extensión y número de habitantes de Indonesia y eso se
nota. A pesar de ser ya de noche las calles estaban llenas de coches y gente
comiendo en los puestos y wuarung locales. La zona del puerto que era donde
teníamos el hotel estaba llena de pequeños bares y locales de alterne que le
daban un cierto aire a película de Hollywood. Así que decidimos aprovechar la
única noche que íbamos a pasar en Makassar y nada más dejar las mochilas en la
habitación nos fuimos a buscar un lugar donde poder comer algo antes de irnos a
dormir.
Al
día siguiente nos levantamos antes de que saliera el sol para poder coger el
autobús que nos llevaría hasta Mamasa. Para ello recorrimos la calle principal
hasta el cruce donde paran todos los pete-petes y una vez allí paramos el que
tenía escrito terminal de autobuses. El trayecto fueron sólo 5000IDR por
persona y el pete-pete nos dejó en la misma terminal de autobuses. Una vez allí
preguntamos por el autobús que iba a Mamasa y nos dijeron que no iba ningún
autobús, que si queríamos ir a Mamasa tendría que ser en una minivan. Como en
la guía estaba escrito que había autobuses a Mamasa y el mismo dueño del hostal
nos había informado el día anterior de qué autobús teníamos que coger para ir
allí, intenté averiguar si había otra manera de ir que no fuera la
furgonetilla.
Tras
varios intentos de comunicación con lugareños adormilados por las horas tan
tempranas, desistí en mi cruzada y aceptamos dos sitios en la furgoneta que,
como todos los transportes que cogeríamos de ahí en adelante en Sulawasi, iba
hasta arriba de gente, cajas, arroz, gallinas y demás mercancías que los
lugareños llevaban a sus diferentes destinos.
El autobús no resultó tan incómodo como parecía y además tuvimos suerte y conocimos al párroco de una aldea cercana a Mamasa, el señor Demas, que era una persona encantadora y, como sabía inglés, nos estuvo contando como esos días se celebraba en Mamasa un gran festival que conmemoraba los 100 años de conversión de las tribus locales al catolicismo. Y es que en indonesia, un país de mayoría musulmana, Sulawasi es una excepción y muchas de sus ciudades como, Mamasa, Rantepao, Tentena y Manado son de mayoría cristiana.
A pesar de la eclesiástica compañía el trayecto fue un auténtico infierno, la primera etapa hasta Pare Pare la carretera estaba en buenas condiciones aunque eso no fue óbice para que reventáramos una rueda y casi nos pegáramos un castañazo.
Por lo menos aprovechamos para hacernos unas fotos con la chiquilleria del lugar. Pero lo peor vino después de Pare Pare donde la carretera se divide
en dos y la parte buena va hacia Rantepao mientras que el camino de cabras
lleva a Mamasa. Fueron doce largas, que digo, larguísimas horas con las piernas
encogidas en una furgoneta que se movía más que la compresa de una coja y por
si fuera poco con el CD de música local a todo volumen.
Por
fin a las diez u once de la noche llegamos a Mamasa y enseguida pudimos ver que
allí el cristianismo se lleva muy en serio porque por todos lados había cruces
iluminadas con neones. Tuvimos suerte porque nuestro amigo Demas nos había
dicho que nos quedáramos en la guest house Ramayana inn de su amigo Arianus
Madadung que hablaba inglés y que nos iba a tratar muy bien. Fue tan sumamente
amable que, a pesar de bajarse en un pueblo anterior a Mamasa, llamó al Arianus
para decirle que íbamos para allá y que nos reservara una habitación.
El
sitio era muy sencillo, una habitación grande, con dos camas y un baño muy
básico pero Arianus la verdad es que era encantador y nos recibió con los
brazos abiertos disculpándose por la sencillez de sus habitaciones. Como el
sitio nos pareció perfecto dejamos las mochilas y nos fuimos a cenar a un
warung cercano que nos recomendó el dueño de la guest house.
Al
día siguiente nos levantamos temprano y, antes de salir a desayunar nos fuimos
a informar con Arianus de las cosas que podíamos ver y hacer en la zona. Este
nos informó del festival tan importante que se estaba celebrando en la ciudad
por los cien años de conversión de las tribus locales al catolicismo. Y como,
por esta razón, había varios actos culturales en la explanada del campo de
futbol. También nos dio planos de las diferentes rutas que podíamos hacer por
el valle así como un pequeño cuaderno con toda la información de la historia de
Mamasa y sus tribus locales.
Con
toda la información en nuestras manos decidimos salir a desayunar primero y
cargar las pilas para el día que teníamos por delante. Salimos de la guest
house y fuimos al que sería el restaurante de referencia para nosotros durante
los días que estuvimos en Mamasa. Todo lo que hacían estaba riquísimo, tanto
los bollos del desayuno, como los diferentes platos de comida que distaban
mucho de los simples nasi goreng y mee goreng. Además los dueños eran una
familia encantadora que te trataban como si fueras su hijo.
Después
de desayunar nos acercamos al campo de futbol para ver qué actividades habían
preparado para ese día. Por el camino se nos unió un grupo de jóvenes de
Makassar que habían ido a pasar las fiestas a Mamasa y, como estaban alojados
en la misma guest house que nosotros, se ofrecieron a acompañarnos. El pueblo
de Mamasa era una delicia, no es que tuviera nada especialmente bonito pero el
ambiente era encantador. No había turistas y todo el mundo que nos cruzábamos
nos saludaba con un “hello mister”.
Llegamos al campo de fútbol y buscamos un sitio entre la multitud expectante que nos miraba con cara de asombro y entusiasmo. Nosotros no sabíamos que íbamos a ver así que la sorpresa fue mucho mayor cuando vimos cómo el acto se trataba de un concurso de bailes tradicionales de las diferentes aldeas locales que representaban los 100 años de conversión al cristianismo. Los bailes estuvieron genial, mucho mejor que los eventos turísticos enlatados que te venden en Bali y otros sitios de Indonesia. Aquí se respiraba un ambiente cultural local mucho más auténtico y las representaciones, aunque mucho más sencillas que las preparadas para turistas en Bali, tenían mucho más encanto.
Así
que nos quedamos haciendo fotos y vídeos durante buena parte de la mañana. Una
vez terminadas las representaciones estuvimos hablando con los diferentes
grupos que estaban encantados de que hubiéramos ido a ver su representación y
enseguida nos cogían para hacerse fotos con nosotros.
Llegamos al campo de fútbol y buscamos un sitio entre la multitud expectante que nos miraba con cara de asombro y entusiasmo. Nosotros no sabíamos que íbamos a ver así que la sorpresa fue mucho mayor cuando vimos cómo el acto se trataba de un concurso de bailes tradicionales de las diferentes aldeas locales que representaban los 100 años de conversión al cristianismo. Los bailes estuvieron genial, mucho mejor que los eventos turísticos enlatados que te venden en Bali y otros sitios de Indonesia. Aquí se respiraba un ambiente cultural local mucho más auténtico y las representaciones, aunque mucho más sencillas que las preparadas para turistas en Bali, tenían mucho más encanto.
Cuando
por fin nos pudimos zafar de las sesiones fotográficas fuimos a comer a nuestro
restaurante favorito y luego decidimos hacer la ruta hasta las fuentes termales
que nos había recomendado Arianus por ser la más sencilla, tranquila y cortita.
Además pasaba por varias aldeas locales y por los arrozales de la zona. La ruta
fue el postre para un día más que
interesante. Pasamos por aldeas muy chulas donde la gente nos saludaba con
entusiasmo y los campos de arroz, a pesar de que en muchos casos ya se había
recogido la cosecha, seguían siendo preciosos.
Pero
lo mejor sucedió antes de empezar el trekking cuando, al pasar por delante de
una de las muchas iglesias, escuchamos como un coro estaba cantando en su
interior. Sin pensarlo dos veces y atraídos por la música, nos colamos dentro
para ver el ensayo. No escribo nada más, sólo os pido que veáis el vídeo.
Y
todavía quedaba el plato fuerte. Resulta que por la noche en la ciudad se
celebraba una especie de romería motorizada en la que toda la gente de Mamasa y
alrededores montaba en sus motos con antorchas de bambú y se dirigían hacia la
catedral en medio de una algarabía de tubos de escape, acelerones, gritos,
pitidos y fuegos artificiales. Una mezcla parecida a el gran premio de Jerez y
las fallas todo en uno.
Al
día siguiente nuestro modus operandi fue el mismo que el del día anterior.
Primero fuimos a desayunar a nuestro restaurante habitual y aprovechamos para
ver el desfile local de la representación de las diferentes aldeas que,
vestidos con sus mejores trajes, caminaban por el pueblo mientras unos jueces
situados en diferentes lugares puntuaban sus trajes y sus coreografías.
Cuando
terminamos el desayuno nos pusimos en camino para realizar el trekking más
largo de todos los que nos habían dado en la guest house. La verdad es que fue
una pasada de caminata que nos llevó por pequeñas aldeas, campos de arroz,
plantaciones de café y paisajes espectaculares del valle cercano a Mamasa.
Incluso en una de las paradas para preguntar si íbamos por el camino correcto
conocimos a un lugareño que hablaba perfectamente español porque había estado
trabajando para una empresa española en Yakarta.
Estuvimos
todo el día pateando hasta que decidimos que ya había sido suficiente y, en el
camino de vuelta, empezamos a hacer autoestop. Al poco tiempo paró un joven en
moto y después de mucho discutir, conseguí que Susana se subiera y fuera ella
primero que seguro que la seguiría yo poco rato después. Y así fue, no pasaron
ni diez minutos cuando un camión me dejó montarme en su montacargas y me llevó
hasta el cruce principal de Mamasa donde me esperaba Susana para irnos a comer
una deliciosa sopa de noodles en un puestecillo enfrente del campo de fútbol.
Cansados
como estábamos por la dura caminata el resto de la tarde noche lo pasamos en la
guest house hasta que llegó la hora de cenar y decidimos cambiar de restaurante
para probar uno que habíamos visto cerca del campo de fútbol. Tuvimos mucha
suerte porque también cocinaban genial y además nos encontramos con Demas que
había venido a Mamasa para ver el festival y encontrarse con unos amigos suyos
holandeses, asi que le invitamos a cenar por haber sido tan amable con nosotros.
Mientras
cenábamos aprovechamos para informarnos de los autobuses que iban a Rantepao y
tuvimos la primera mala noticia. Resulta que al ser domingo el autobús directo
que hace la ruta Mamasa-Rantepao no funcionaba y tendríamos que coger la ruta
alternativa por Pare-Pare. Tras discutir y preguntar a varios lugareños que
había en el restaurante llegamos a la conclusión de que había un servicio que
salía a las nueve de la mañana y llegaba hasta Pare-Pare donde tendríamos que
hacer trasbordo para coger un autobús que nos llevaría hasta Rantepao.
Así
que con el planning del día siguiente en la cabeza nos despedimos de Demas y
nos fuimos a la cama a descansar porque necesitaríamos todas nuestras energías
para el duro viaje que nos esperaba hasta Rantepao. Pero eso será parte de mi
siguiente post.
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