Dedicado a Juanma, Susana, Raquel, Cati,
Pepe, Eli y Nuestro amigo francés que nunca supe cómo se llamaba, por ser el
grupo de escaladores con más buen rollo que pueda existir.
El
cuatro de octubre salimos a las 8:00 am de Gili Air todo el grupo de españoles para
coger el ferry público que nos llevaría a Lombok para empezar allí nuestra
ascensión de tres días al volcán Rinjani.
El ferry nos dejó en el puerto de Bangsal. Una vez allí cogimos un coche de caballos que nos llevaría hasta la guest house donde nos reuniríamos con el resto de compañeros que harían la ascensión con nosotros. Por un lado estaba Eli, una chica alemana encantadora que había estudiado en Salamanca, hablaba perfectamente español y le encantaba España. Y por otro lado estaba un hombre francés muy majo de unos cincuenta años que se había retirado y estaba viajando por indonesia. No hablaba mucho inglés pero entre lo que chapurreábamos el resto de francés y el esfuerzo que hacía el por entendernos, logramos una comunicación de lo más divertida.
Con
el grupo ya formado y una vez desayunados, nos dirigimos hacia Senaru donde se
encontraba la oficina de la agencia que nos había preparado la excursión. Una
vez allí dejamos nuestras mochilas grandes y preparamos una más pequeña con lo
esencial para tres días. Ni que decir tiene que lo esencial en el caso de
Juanma, Pepe y yo difería en mucho de lo que consideraban esencial Raquel,
Susana y Cati. Cuando estuvimos listos nos acercamos en coche a la entrada del
parque natural Gungun Rinjani y sobre las once de la mañana comenzamos el
primero de nuestros tres días de excursión.
Lo
primero que te llama la atención cuando llegas al parque natural es la cantidad
de basura que hay desperdigada por el parque. Parece mentira pero en Indonesia
no tienen mucha cultura medioambiental y todo el mundo tira la basura donde le
parece. Así pues por el camino te encontrabas con la basura que tiraban los
guías de las diferentes excursiones junto con restos de papel de wáter y
plásticos varios que la gente iba tirando.
La
ascensión fue más dura de lo esperado. Durante las dos primeras horas la
mayoría del terreno era bastante empinado y el calor y la humedad ambiental
hacían muy difícil caminar. Cati y yo íbamos en cabeza, machacados y con los
pies hinchados por la subida, fuimos los primeros en llegar a la parada donde
comeríamos. Allí esperamos a que llegara el resto del grupo y todos juntos nos
sentamos todos a comer y descansar durante un par de horas.
Con
las pilas cargadas de nuevo volvimos a la carga con nuestra ascensión. La ruta
se hacía más dura con cada paso y la escalada cargaba nuestras piernas. El
paisaje había cambiado y ahora una
tundra la que se hacía paso entre la espesa niebla y el frío empezaba a calar.
Cati y yo volvimos a ponernos en cabeza y, después de cuatro horas andando con
paso firme, por fin divisamos el campo base donde pasaríamos la noche. Como nos
tocaba esperar a que llegara el resto del grupo decidimos subir hasta lo alto
del pico para que cuando llegaran pudieran vernos fácilmente. Pero lo que no
podíamos imaginar era lo que nos esperaba una vez allí. Resulta que sin
nosotros saberlo el primer día la escalaba terminaba en el cráter del volcán y
las vistas del mismo eran simplemente increíbles.
Fue
uno de esos momentos en los que la mente se congela, la carne se te pone de
gallina y los ojos no llegan a procesar tanta belleza. La tarde estaba a
avanzada y los colores anaranjados iluminaban un enorme cráter que contenía en
su interior un precioso lago azul que a su vez rodeaba el pequeño volcán que se
había formado en la última erupción del Rinjani. Y por si fuera poco, al otro
lado de la montaña un mar de nubes rodeaba el volcán.
Poco
a poco fueron llegando los miembros del grupo, primero Eli y nuestro amigo
francés, luego Susana que andaba sufriendo con su rodilla operada recientemente
del cruzado y por último Pepe, Raquel y Juanma. A todos ellos se les iluminaba
la cara y olvidaba el esfuerzo cuando contemplaba absortos las maravillosas
vistas del volcán. Allí nos quedamos disfrutando del paisaje y la puesta de sol
con el volcán Gungun Batur de fondo (Bali) hasta que llegó la hora de cenar y
relajarnos disfrutando del mar de estrellas que se podían ver por la noche.
Al
día siguiente nos despertamos temprano para nuestro segundo día de caminata.
Después del té y el desayuno, recogimos nuestras cosas y nos pusimos en marcha,
esta vez para descender por el interior del cráter hasta el lago donde hicimos
nuestra primera parada para pegarnos un baño en sus heladas aguas. hasta que llegó la hora de comer que volvimos a caminar hasta el otro lado del
lago.
Tras del refrescante baño tocaba otro pequeño paseo hasta las termales para remojar los cuerpos hasta que salieron arrugados como pasas.
Después
de la comida nos tocaba la parte más dura del día que era volver a subir la
pared del volcán hasta llegar a la cima del cráter donde acamparíamos esa
noche. Una vez más el camino fue duro pero la recompensa en forma de vistas y
la maravillosa puesta de sol compensaron todo el esfuerzo de la jornada.
El
tercer y más duro de todos los días comenzó muy temprano. A las dos de la
mañana nos levantamos y preparamos para la dura ascensión. Desayunamos un té
bien caliente que nos ayudaría a entonar nuestros cuerpos mientras que unas
cuantas galletas servirían como fuente de energía para la dura ascensión. Cuando terminamos de comer nos pusimos en
marcha. Las linternas iluminaban el camino mientras que el frío intenso
entumecía nuestros cuerpos. Si bien la noche anterior nos habían avisado de lo dura
que iba a ser la jornada, ninguno imaginábamos hasta qué punto la montaña
empujaría nuestros cuerpos hasta el límite.
La
escalada se hizo eterna, no solamente por lo dura de la pendiente, sino porque
el terreno era pura grava y esto hacía que los pies se hundieran como si arena
de playa se tratara, con lo que cada paso hacia adelante suponía tres pasos
hacia atrás. Yo sufrí especialmente este tramo y cada dos por tres daba con mis
huesos en el suelo y me veía arrastrándome a cuatro patas entre las rocas para
poder mantener una estabilidad mientras subía. . Cada paso se me hacía un mundo
y cada tropezón minaba poco a poco mi moral.
A pesar de llevar guantes no sentía los dedos de las manos y como mis
botas no son nada del otro mundo los dedos de los pies corrían la misma suerte.
Poco
a poco la gente me iba adelantando y si no llega a ser por Susana que se quedó
conmigo durante la última parte de la ascensión la verdad es que no se si lo
hubiera conseguido. Así que desde aquí mi más sincero agradecimiento.
Caminamos
durante tres durísimas horas hasta que el sol descubrió sus rayos por encima
del horizonte. Si bien esto nos permitió subir los últimos metros con luz, el
fuerte viento no nos daba tregua y mantenía nuestros cuerpos congelados. Por
fin sobre las cinco de la mañana hicimos cima, Pepe, Susana y yo. El resto del
grupo había logrado subir antes de la salida del sol y, después de hacerse las
fotos de rigor, nos estaban esperando unos metros más abajo resguardados del
viento tras unas rocas y cubiertos con un saco de dormir. Debido al fuerte
viento, al frío y a que las vistas no eran gran cosa, no nos entretuvimos más
que para hacernos las cuatro fotos de rigor y volver a bajar hasta el pequeño
refugio donde estaba el resto del grupo.
Una
vez recuperamos las fuerzas con unos tragos de agua y unas cuantas galletas
Susana, Cati y yo empezamos a descender por la cresta del volcán en dirección
al campo base, donde nos esperaba Raquel que había decidido no intentar la
escalada ya que los días anteriores habían sido suficiente prueba para ella. El
descenso fue muy divertido porque los pies se nos hundían en la grava del
volcán y permitían que bajaras casi corriendo y que la grava amortiguara tus
saltos. Además las vistas a cada lado del cráter eran algo espectacular.
Llegamos
al campo base después de una media hora de descenso y lo primero que hicimos
después de comentar la ascensión con Raquel fue meternos directamente en las
tiendas a desayunar unas pancakes con té y dormir un rato porque estábamos
destrozados.
La
siesta me sentó de miedo y, después de una media hora de sueño, los guías nos
empezaron a despertar a todos para que recogiéramos las tiendas y empezáramos a
descender camino hacia la aldea donde terminaba la excursión y nos recogerían
con una furgoneta. Así que, por más que los nuestros cuerpos pedían una o dos
horas más de descanso, volvimos a ponernos las botas y nos pusimos en marcha. Con
el volcán vigilando nuestros pasos y con los monos como espectadores de primera
línea empezamos el descenso y, como todos teníamos los cuerpos destrozados por
el ejercicio, bajamos con máximo cuidado para no dejarnos los dientes en alguna
caída tonta, o los tobillos por una torcedura ingrata. Bueno todos excepto Pepe
que decidió comprobar si la ley de la gravedad era tan cierta como la pintaban
y además al pobre las ampollas le destrozaron los dedos de los pies por
tenerlos mal hechos de fábrica y no poder pisar bien.
El
paisaje era mucho más seco y diferente al que pudimos ver en la ascensión. De
vez en cuando cruzábamos por cauces que habían sido formados por los ríos de
lava y que ahora servían para canalizar el agua torrencial de la época de
lluvias. Como siempre a media mañana volvimos a parar para comer nuestro último
arroz frito con verdura y descansar las piernas.
Tras
cinco horas de descenso por fin llegamos sanos y salvos al destino final en el
pequeño pueblo de Lawang, bueno menos el pobre Pepe se había destrozado los
pies con las ampollas y tuvo que hacerse un remiendo con las chanclas del guía
local y la ayuda de Cati y Susana.
Cuando estuvimos todos una furgoneta nos llevó a la oficina donde
habíamos dejado el primer día nuestras mochilas. Una vez allí nos lavamos un
poco la cara, relajamos y enseguida volvimos a montarnos en el coche con
destino a Kuta lombok donde pasaríamos los próximos días disfrutando de la
playita y el surf. Pero eso será parte de mi próximo post.
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