Dejé Bandipur tal como
llegué, desde lo alto de mi autobús. Esta vez ya no iba sólo sino que tenía varios acompañantes conmigo sentados
entre las maletas, ruedas de repuesto y sacos de arroz. El trayecto hasta Dumre
fue estupendo porque pude contemplar la cordillera del Himalaya que esta vez no
estaba tapada por las nubes. No fue así con el trayecto de Dumre hasta Pokhara
que fue uno de los más largos y pesados que he vivido aquí en Nepal, no porque
Pokhara estuviera lejos sino porque el autobús paró en todos y cada uno de los
pueblecitos, curvas o esquinas que veía. Además tuve que pelear por el billete
porque como siempre sucede en Nepal, al turista le cobran de más, e incluso en
un punto del viaje tuve que cambiar de autobús porque el mío decidió que ya no
quería seguir.
Por fin y tras unas 4h de
viaje llegué a Pokhara. Una vez en la estación de autobuses llamé a Eola, que
era la persona con quien había contactado por couchsurfing y me iba a quedar en
su casa. En seguida me vino a recoger a la estación de autobuses Bijava, un
joven nepalí de cara tranquila y sonriente.
Eola y Bijava se conocieron
durante un trekking por el Anapurna en el que él trabajaba como guía. Desde
entonces y sin que la diferencia de edad sea un obstáculo, siguen felizmente
juntos. Viven alquilados en una casa de tres plantas donde la planta de abajo y
el ático están ocupados por la casera y sus nietas mientras que la segunda
planta es en la que ellos ocupan.
Eola me recibió con los
brazos abiertos y en seguida note su calidez y energía. Es una persona llena de
vida y alegría. Nada más conocernos me sentó a la mesa, me dio un vaso de zumo
y nos pusimos a charlar de mi viaje y de los suyos que son bastante más que los
míos. Después me enseñó Pokhara y nos fuimos a dar una vuelta por el lago. ¡Impresionante!
Como además esa noche era
San Valentín decidimos, después de cenar, salir a tomar una copa. El ambiente
en el “lake side” es bastante turístico. Está todo lleno de hoteles,
restaurantes, bares con música en directo, tiendas de ropa de montaña, suvenires.
La verdad es que tanto turisteo hace que la zona pierda un poco de encanto pero
si es cierto que se está muy a gusto y es un buen sitio para encontrarse con
gente e intercambiar información sobre diferentes destinos.
Al día siguiente después de
desayunar Eola y Bijava me acompañaron hasta el comienzo de un trekking muy
majete por detrás del lago y que me llevaría hasta lo alto de la montaña donde
hay una estupa con unas vistas a la ciudad, el lago y los Himalayas. El
trekking fue una pasada, ibas caminado entre rodeado de árboles y con la
compañía de tres niños nepalíes que intentaban hacer la misma ruta mientras se
iban intercambiando una bici más grande que los tres juntos. Además por el
camino tuve la oportunidad de limpiar mi karma ayudando a una anciana que
estaba arrancando un tronco de raíz para conseguir leña. Ni que decir tiene que
me quedé flipado cuando vi que ella sola casi podía arrancar un tronco que a mí
me costaba mover.
Cuando llegué a la estupa me
senté a hablar con un inglés que me comentó que se había comprado un terrenito,
se estaba haciendo una pequeña casa y que se venía el año que viene para acá
porque estaba harto de Inglaterra. En todos sitios cuecen habas.
El trekking de la estupa
termina en el lago desde donde alquilas un bote por 300 rpn que te cruza hasta
la zona turística. Ni que decir tiene que me esperé hasta que vi un grupo de
ingleses que venían de hacer la misma excursión para cruzar con ellos y
compartir costes.
Evidentemente y como gesto
de agradecimiento volví a proponer cocinar una cena española. Idea que se
celebró con gran interés y que incluso hizo que Eola invitara a las vecinas de
abajo. El plan ya estaba fijado, después de mi paseo hasta la estupa, Bijava me
recogería en el centro e iríamos a compras los ingredientes para hacer la cena.
Y así sucedió, terminé mi excursión, paseé un rato por el centro, comí con unos
españoles muy majetes y además me
encontré con Flora, la chiquita taiwanesa que había conocido en Bandipur. Como
estaba con ella cuando apareció Bijava en su moto, enseguida le propuso que se
viniera con nosotros de cena española. Evidentemente una invitación así no la
rechaza nadie. Y ahí que íbamos los tres en la moto destino a la tercera
tortilla española del viaje. Por cierto, voy a tener que cambiar el menú porque
no sabéis lo caro que salen los ingredientes cuando te ven que eres turista.
La cena fue muy divertida,
cada uno tenía una tarea. Eola cortaba las patatas, Bijava pelaba las patatas, limpiaba
los ingredientes y utensilios, Flora cortaba pimientos, cebolla y era la
fotógrafa y por último yo preparé la ensalada y cociné la tortilla. Esta vez la
tortilla no salió con la mejor de las formas pero debo decir en mi defensa que
no es fácil cocinar con un fuego que no tiene llama, una sartén que se pega y
la única luz de 3 velas porque la electricidad en pokhara no la dan hasta la
madrugada. No obstante todo el mundo quedó encantado y comimos hasta reventar
sobre todo yo que al día siguiente empezaba mi gran aventura al Anapurna.
Pero
eso será el contenido de otro post….
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