Llevamos varios días en
Rishikesh y creo que va siendo hora de que escriba algo de este sitio tan
cautivador.
Rishikesh se encuentra a
100km de Haridwar, en la ribera del Ganges y de espaldas a los Himalayas. Aunque
es menos importante religiosamente que su vecina, desde que los Beatles
decidieron pasarse aquí una temporada en el Asram del Maharishi Mahesh a
finales de los sesenta, esta pequeña ciudad se ha convertido en la capital
mundial del yoga y la meditación.
Llegar aquí es muy sencillo desde
Dehli en autobús 7h o tren 5h. Ambos te dejan en el centro de la ciudad, pero
lo verdaderamente interesante está un poco más arriba de la montaña, al otro
lado del Ganges, entre los puentes Lakshman Jhula y Ram Jhula. Es aquí donde se
encuentran las escuelas de yoga, los asram, las tiendecitas con ropa hippy y
CDs de meditación y las guest houses más baratas.
Fernando y yo llegamos de
noche y hechos polvo después de 8h de carreteras indias, pero fue pisar las
calles de Rishikesh y olvidarte del cansancio. Y es que el ambiente en
Rishikesh es brutal, la música relajante se escucha salir de las tiendas de suvenires,
la gente pasea tranquila hacia sus clases de yoga sin que los coches estorben y
en toda la ciudad se respira un ambiente de buen rollito que envuelve y arropa.
Lo primero fue conseguir
alojamiento, cosa bastante sencilla ya que después de tres pasos encontré Martin,
un alemán muy majete al que acompañamos hasta su guest house y que ha terminado
siendo, junto con su novia Jagoda, unos estupendos vecinos de habitación.
Después de ponernos al día
con mensajes y lavandería decidimos hacer una excursioncita al templo de
Neelkantha Mahadev en lo alto de la montaña a unos 8km. La excursión ha sido espectacular
y llena de momentos increíbles. Después de que Fernando decidiera meter la
directa y yo me quedara de coche escoba bajo la filosofía de, si la montaña no
se va a mover para qué intentar subirla el primero, me encontré con un grupo de
indios que estaban de vacaciones en Rishikesh tras haber terminado sus exámenes
de instituto.
Os podéis imaginar la escena, nos pasamos 1h de marcha intercambiando palabras en hindú y español, yo les preguntaba por Visnú o Shiva y ellos me preguntaban si estaba casado o si tenía hijos. Ay que ver lo preocupados que están los indios ya en el instituto por establecerse y criar una familia. Así luego pasa lo que pasa, que hay indios hasta debajo de las piedras.
Tras dejar a mis exaltados acompañantes en el último puesto de
avituallamiento me dirigí con paso decidido hacia la cima donde me esperaba Fernando.
Desde allí las vistas eran espectaculares, de un lado del valle Rishikesh entre
los meandros del Ganges y del otro los Himalayas. ¡Increíble!
Pero lo mejor estaba por
llegar. Al bajar la montaña pasamos por una pequeña aldea que estaba de fiesta
celebrando que un pequeñín cumplía 3 añitos y al que, siguiendo su tradición
cultural, era la primera vez que le rapaban el pelo. Fue vernos pasar y
enseguida nos llamaron para invitarnos a unirnos a la fiesta. Con toda su
amabilidad nos ofrecieron sus mejores sillas para sentarnos, una mesa y nos
dieron de comer un tali de arroz con lentejas. Incluso Fernando se metió un
trago de whisky que, a juzgar por si reacción, quemaba el esófago como el
aguarrás. Me encantan estos momentos.
Y todavía hay más porque mañana
hemos quedado todo el grupeto de extranjeros que nos hemos juntado para hacer
una comida española con tortillita de patata y ensaladas. La cosa promete pero
eso será tema para otro post. Ahora me quedo con la puesta de sol de mi
habitación.
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