El
primer día de septiembre después de recuperarnos de nuestras heridas salimos de
Santacruz con destino a Samaipata.
Salimos
de nuestro hostal y caminamos hasta el primer anillo donde agarramos un micro (2$b.)
a la altura del cementerio y que nos llevaría al lugar desde donde salen los
taxis hasta Samaipata (30$b.) donde tuvimos que esperar hasta que conseguimos
ser suficientes para llenar un coche y salir.
El viaje duraría más
o menos dos horas y nuestra primera parada fue en ginger´s Paradise un proyecto
ecológico donde te puedes alojar en una granja y aprender de sus dueños a
plantar con técnicas ecológicas y cocinar comida vegetariana. Allí teníamos
previsto pasar la noche pero al llegar vimos que estaba bastante lejos de
Samaipata y no había nadie para recibirnos. Para colmo se había puesto a llover
y sinceramente no nos apetecía esperar bajo la lluvia a que volvieran los
dueños. Quizás la próxima vez que volvamos porque la verdad es que tenía buena
pinta.
Tras nuestra pequeña parada en el camino volvimos a montarnos en el taxi y llegamos a Samaipata donde nos alojamos en el hostal-camping El Jardin (35$b.) un lugar encantador a las afueras del pueblo cerca del mercado central.
Allí dejamos las mochilas y, como no queríamos que nos sucediera lo de siempre, nos fuimos a almorzar al café 1990 en la plaza del pueblo. Un lugar muy acogedor, dirigido al público extranjero, algo más caro de lo habitual pero donde la comida estaba muy rica.
Una vez terminamos de
comer nos acercamos a la esquina donde paran los taxis (100$b.) para alquilar
uno compartido con otros dos franceses que nos llevara las ruinas del “fuerte”
un lugar patrimonio cultural de la humanidad según la Unesco. Aunque su origen
todavía es un misterio se cree que inicialmente fue antiguo emplazamiento
religioso Inca esculpido enteramente en roca que se encuentra lo alto de la
montaña. Con la llegada de los españoles el lugar sirvió como fuerte y lugar de
descanso de los conquistadores en su camino por la ruta de la plata desde Sucre,
Potosí y Cuzco. El lugar la verdad es que es espectacular fue una pena el
tiempo que tuvimos que no nos dejó admirar en todo su esplendor.
Ya de vuelta en el
pueblo caminamos por sus tranquilas calles que mezclan pequeñas pensiones y alojamientos
locales con agencias de turismo, talleres de artesanos y pequeños cafés con
mucho encanto. Definitivamente Samaipata tiene una personalidad especial.
En la noche decidimos
dejar a un lado la dieta boliviana y acercarnos a la pizzería ubicada enfrente
del mercado central donde su dueña Argentina hace posiblemente las mejores
pizzas de toda Bolivia. Así que compramos un par medianas y nos fuimos a la
habitación a disfrutarlas mientras veíamos una peli en el ordenador.
Al día siguiente nos
despertamos con aun peor tiempo así que tuvimos que cancelar nuestros planes de
hacer cualquier excursión y dedicamos el día a realizar gestiones. Primero
intentamos comprar el billete para el día siguiente a Sucre cosa que no fue
nada sencilla porque después de revisar los tres lugares del pueblo donde se
pueden adquirir lo único que nos quedó claro es que era un timo. Nos pedían
130($b.) cuando desde Santa Cruz son sólo (90$b.) y además el bus es un
semicama cutrísimo. Moraleja para próximos viajeros procurar comprar el billete
antes de salir de Santa Cruz y no en el bar el Nuevo turista si no lo queréis
pagar un 40% más caro.
Una vez que
resolvimos el tema billete tocaba buscar una agencia que nos llevara al bosque
de los helechos por un precio que no fuera escandaloso. Después de revisar
todas las empresas encontramos una que ya tenía un grupo de cinco personas y
nos ofreció el mejor precio posible (110$b.) Con todo resuelto dedicamos el
resto del día a disfrutar del ambiente tranquilo de Samaipata.
El último día nos
levantamos temprano para poder desayunar y acercarnos a la agencia antes de las
ocho de la mañana. Una vez allí nos reunimos con el resto de extranjeros y
comenzamos la excursión hacia el parque natural de aldfj donde se encontraba el
bosque de los helechos.
El primer trayecto
fue de 40 minutos en furgoneta hasta la entrada del parque, una vez allí nos
bajamos y empezamos la caminata. Al poco tiempo llegamos a un mirador con unas
vistas excepcionales. Se veía todo el valle, el pueblo de Samaipata con la
cordillera de los andes al fondo. Algo fantástico. Más aún cuando tuvimos la
suerte de poder ver cóndores volando por debajo de nosotros.
Después del mirador
nos acercamos al bosque de los helechos. Uno de los tres únicos bosques de
helechos gigantes del mundo. Una maravilla digna de un cuento de hadas.
Cuando terminamos con
la excursión volvimos al pueblo para matar las últimas horas del día visitando
el albergue de animales. Una iniciativa de una mujer suiza que rescata animales
salvajes que en su día fueron mascotas de alguien pero que con el tiempo las
abandonaron. La iniciativa es de alabar pero la verdad es que la visita te deja
algo desapacible porque los animales pasan de ser mascotas a estar encerrados
en enormes jaulas con lo que no sé yo si habrán mejorado mucho.
Ya en la noche sobre
las 8 nos acercamos al bar donde habíamos comprado los billetes de bus para
esperar y allí coincidimos con tres chicos lituanos muy majos que habían venido
con nosotros a la excursión. Así que nos sentamos a esperar y esperar porque,
como no podía ser de otra manera el bus llegó tarde. Un cuatro latas de la
compañía el mexicano con lo mejorcito de Bolivia en su interior donde
viajaríamos toda la noche hasta Sucre.
Pero eso, como
siempre, será parte de mi próximo post.
No hay comentarios:
Publicar un comentario