La noche del 24 de noviembre
cogimos dos mototaxis (5$b.) y nos aceramos a la terminal de autobuses de
Rurrenabaque para esperar nuestro autobús que nos llevaría a Santa Cruz. Lo que
jamás podríamos pensar era el infierno por el que íbamos a pasar hasta que
llegáramos a nuestro destino final.
Ya habíamos leído que la
carretera en época de lluvias se transformaba en un lodazal y algunas veces el
bus se quedaba atrapado, pero por más que preguntábamos a unos y otros, todo el
mundo nos decía que la carretera estaba en perfecto estado. De tal forma que
decidimos tomar el autobús que recorre esta carretera y aprovecharíamos para
parar y pasar un par de días en un pueblecito de camino a Santa Cruz llamado
San Ignacio de Moxos donde en teoría llegaríamos a primera hora de la mañana del día
siguiente.
El viaje transcurría sin problemas, de vez en cuando
se oían patinar las ruedas pero poco más. Hasta que de repente el autobús se
paró, detuvo el motor y ya no volvió a avanzar en toda la noche. Eran las dos
de la mañana, estábamos en mitad de la selva y enfrente nuestro había quedado
varado en el lodo un camión bloqueando el paso. Así que el conductor decidió
esperar a la mañana para ver que se podía hacer.
El calor y la humedad dentro
del camión eran insoportables más cuando el conductor decidió avisar a todo el
mundo para que cerrara las ventanas para que no entraran los mosquitos. Llegó
un momento en que preferí las picaduras de los mosquitos a la sensación de
claustrofobia y descendí al camino para encontrarme con otros viajeros y pasar
la noche a la intemperie.
Al amanecer todo el mundo se
movió y primero ayudaron a salir al camión de su trampa de lodo y después tocó
al autobús pasar por el mismo lugar sin quedar atrapado. Para lo cual se ató
una cuerda al eje del autobús y al mismo tiempo que este aceleraba al pasar por
las zonas complicadas, todo el pasaje
excepto las mujeres y yo, se bajaron a tirar de la cuerda y ayudar así al
autobús. Después de dos horas se decidió que se bajara todo el pasaje y con cuatro
o cinco tirones de cuerda se consiguió sacar el autobús del barro y continuamos
con nuestro viaje.
A las diez de la mañana, teníamos
que haber llegado sobre las cinco, el autobús volvió a parar en mitad de la
carretera para indicarnos que no podía entrar en san Ignacio de Moxos por el
estado de la carretera y que tendríamos que ir por nuestra cuenta hasta el
pueblo. Después de meditarlo en profundidad decidimos que era muy arriesgado
quedarse ahí porque podía suceder que no pudiéramos salir del pueblo, así que
seguimos camino hasta Santa Cruz. Para ello tendríamos primero que llegar hasta
Trinidad y una vez allí coger otro bus nocturno hasta Santa cruz.
Después de dos días durmiendo en
autobuses de mala muerte llegamos en la mañana del 25 de noviembre llegamos a
la terminal de autobuses de Santa Cruz, nos despedimos de una pareja
encantadora de bolivianos que conocimos durante el viaje y nos montamos en un microbús
(1,5$b.) que nos llevaría hasta la plaza 24 de Septiembre donde buscaríamos
alojamiento. Eso sí primero nos dimos un pequeño homenaje en forma de desayuno
americano en uno de los cafés que rodean la plaza.
Cuando terminamos nuestro
desayuno nos pusimos manos a la obra, Susana fue en busca de hostales pero
volvió totalmente devastada por la paupérrima calidad de los hostales y lo
carísimos que eran. De la misma forma fui en busca de mejor suerte y, después
de mirar un hostal caro, pero bastante decente, me encontré con una pareja de
chicas sudafricanas y me recomendaron el hostal del loro loco, barato y muy buen ambiente.
Sin pensarlo dos veces nos dirigimos al lugar y la verdad es que merecía la
pena. 70$b. con piscina, desayuno, wifi y televisión por cable, además el
personal era encantador y podías utilizar la cocina para cocinar tus propios
platos…en ese momento no podía imaginar la tragedia que se me avecinaba.
Contentos con nuestro alojamiento
Susana y yo fuimos decidimos celebrarlo yendo al mercado a por provisiones para
prepararnos la cena. Los mercados en Santa Cruz
son increíblemente coloridos con miles de puestos en la calle de todo tipo de
comida y fruta. Las condiciones no son las más higiénicas pero el espectáculo
está garantizado. Además comer en ellos cuesta entre 10-15 $b. por un menú de
sopa y segundo plato. ¡Toda una ganga!
Una vez comprados los
ingredientes y hacer una parada para comer un sonso que estaba exquisito, puré
de yuca con queso al horno. Regresamos al hostal y nos pusimos a cocinar unos huevos fritos con puré de patata y queso acompañados de una excelente ensalada. Que en Bolivia se hace necesaria porque se come demasiada pollo, arroz y papas.
Al día siguiente decidimos
acercarnos al centro para dar una vuelta y ver con nuestros propios ojos la
ciudad para poder juzgar si merecía la pena o no.
Además también queríamos comer
otro de los platos típicos de Santa Cruz que es la sopa de maní y el picante.
Para ello nos acercamos al mercado nuevo y allí subimos a la primera planta
para sentarnos en uno de los múltiples chiringuitos a comer. La verdad es que
todo estaba delicioso y por solo 12$b.
Ya en la tarde volvimos al
mercado que teníamos cerca del hostal para comprar ingredientes para la cena y víveres
para nuestro siguiente paso hacia Roboré un pueblo situado al este de Santa
Cruz cerca con la frontera con Brasil. Una excursión que prometía ser genial si
no fuera porque el karma volvió a querer jugarme una mala pasada.
Pero eso, como siempre, será
parte de mi siguiente post.
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