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martes, 16 de diciembre de 2014

Santa Cruz, un viaje infernal para llegar a la capital de Bolivia

La noche del 24 de noviembre cogimos dos mototaxis (5$b.) y nos aceramos a la terminal de autobuses de Rurrenabaque para esperar nuestro autobús que nos llevaría a Santa Cruz. Lo que jamás podríamos pensar era el infierno por el que íbamos a pasar hasta que llegáramos a nuestro destino final.


Ya habíamos leído que la carretera en época de lluvias se transformaba en un lodazal y algunas veces el bus se quedaba atrapado, pero por más que preguntábamos a unos y otros, todo el mundo nos decía que la carretera estaba en perfecto estado. De tal forma que decidimos tomar el autobús que recorre esta carretera y aprovecharíamos para parar y pasar un par de días en un pueblecito de camino a Santa Cruz llamado San Ignacio de Moxos donde en teoría llegaríamos  a primera hora de la mañana del día siguiente.

El viaje transcurría sin problemas, de vez en cuando se oían patinar las ruedas pero poco más. Hasta que de repente el autobús se paró, detuvo el motor y ya no volvió a avanzar en toda la noche. Eran las dos de la mañana, estábamos en mitad de la selva y enfrente nuestro había quedado varado en el lodo un camión bloqueando el paso. Así que el conductor decidió esperar a la mañana para ver que se podía hacer. 

El calor y la humedad dentro del camión eran insoportables más cuando el conductor decidió avisar a todo el mundo para que cerrara las ventanas para que no entraran los mosquitos. Llegó un momento en que preferí las picaduras de los mosquitos a la sensación de claustrofobia y descendí al camino para encontrarme con otros viajeros y pasar la noche a la intemperie.


Al amanecer todo el mundo se movió y primero ayudaron a salir al camión de su trampa de lodo y después tocó al autobús pasar por el mismo lugar sin quedar atrapado. Para lo cual se ató una cuerda al eje del autobús y al mismo tiempo que este aceleraba al pasar por las zonas complicadas,  todo el pasaje excepto las mujeres y yo, se bajaron a tirar de la cuerda y ayudar así al autobús. Después de dos horas se decidió que se bajara todo el pasaje y con cuatro o cinco tirones de cuerda se consiguió sacar el autobús del barro y continuamos con nuestro viaje.


A las diez de la mañana, teníamos que haber llegado sobre las cinco, el autobús volvió a parar en mitad de la carretera para indicarnos que no podía entrar en san Ignacio de Moxos por el estado de la carretera y que tendríamos que ir por nuestra cuenta hasta el pueblo. Después de meditarlo en profundidad decidimos que era muy arriesgado quedarse ahí porque podía suceder que no pudiéramos salir del pueblo, así que seguimos camino hasta Santa Cruz. Para ello tendríamos primero que llegar hasta Trinidad y una vez allí coger otro bus nocturno hasta Santa cruz.



Después de dos días durmiendo en autobuses de mala muerte llegamos en la mañana del 25 de noviembre llegamos a la terminal de autobuses de Santa Cruz, nos despedimos de una pareja encantadora de bolivianos que conocimos durante el viaje y nos montamos en un microbús (1,5$b.) que nos llevaría hasta la plaza 24 de Septiembre donde buscaríamos alojamiento. Eso sí primero nos dimos un pequeño homenaje en forma de desayuno americano en uno de los cafés que rodean la plaza.


Cuando terminamos nuestro desayuno nos pusimos manos a la obra, Susana fue en busca de hostales pero volvió totalmente devastada por la paupérrima calidad de los hostales y lo carísimos que eran. De la misma forma fui en busca de mejor suerte y, después de mirar un hostal caro, pero bastante decente, me encontré con una pareja de chicas sudafricanas y me recomendaron el hostal del loro loco, barato y muy buen ambiente. Sin pensarlo dos veces nos dirigimos al lugar y la verdad es que merecía la pena. 70$b. con piscina, desayuno, wifi y televisión por cable, además el personal era encantador y podías utilizar la cocina para cocinar tus propios platos…en ese momento no podía imaginar la tragedia que se me avecinaba.




Contentos con nuestro alojamiento Susana y yo fuimos decidimos celebrarlo yendo al mercado a por provisiones para prepararnos la cena. Los mercados en Santa Cruz son increíblemente coloridos con miles de puestos en la calle de todo tipo de comida y fruta. Las condiciones no son las más higiénicas pero el espectáculo está garantizado. Además comer en ellos cuesta entre 10-15 $b. por un menú de sopa y segundo plato. ¡Toda una ganga!



Una vez comprados los ingredientes y hacer una parada para comer un sonso que estaba exquisito, puré de yuca con queso al horno. Regresamos al hostal y nos pusimos a cocinar unos huevos fritos con puré de patata y queso acompañados de una excelente ensalada. Que en Bolivia se hace necesaria porque se come demasiada pollo, arroz y papas.


Al día siguiente decidimos acercarnos al centro para dar una vuelta y ver con nuestros propios ojos la ciudad para poder juzgar si merecía la pena o no. 









Además también queríamos comer otro de los platos típicos de Santa Cruz que es la sopa de maní y el picante. Para ello nos acercamos al mercado nuevo y allí subimos a la primera planta para sentarnos en uno de los múltiples chiringuitos a comer. La verdad es que todo estaba delicioso y por solo 12$b.



Ya en la tarde volvimos al mercado que teníamos cerca del hostal para comprar ingredientes para la cena y víveres para nuestro siguiente paso hacia Roboré un pueblo situado al este de Santa Cruz cerca con la frontera con Brasil. Una excursión que prometía ser genial si no fuera porque el karma volvió a querer jugarme una mala pasada.


Pero eso, como siempre, será parte de mi siguiente post.


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