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domingo, 1 de septiembre de 2013

Desde Luang Nam Tha a Nong Khiaw por el río Nam Ou

Dedicado a Arturo, un excelente compañero de viaje. Con todo mi cariño, gracias por tu compañerismo, por tu paciencia y tu sonrisa.

Queridos lectores del blog, por primera vez esta entrada no la escribe Arturo. Medio en broma medio en serio me propuso escribir un post y medio en broma medio en serio acepté el reto. El resultado es el relato que vais a leer a continuación, donde describo el trayecto desde Luang Nam Tha a Nong Khiaw. Me gustaría transmitiros mis sensaciones y mostraros esta parte de Laos a través de mis ojos. ¡Espero que os guste!



Después de pasar unos días maravillosos en Luang Nam Tha, tocaba ponerse de nuevo en marcha. Tras hacer el chek out correspondiente en la guest house, paramos un tuk tuk para que nos llevara a la estación de autobuses y ohhh sorpresa, allí estaban nuestros amigos los israelitas, que también se disponían a coger un bus, así que les saludamos con nuestra mejor cara de póker y subimos al tuk tuk.



Ya en la estación, compramos el billete hasta Udomxai, una ciudad china sin ningún interés a medio camino de nuestro destino final, Muang Khua. Viajamos en un autobús local, pequeño y lleno de gente donde los asientos se van ocupando a medida que los viajeros suben al autobús. Arturo y yo no anduvimos muy rápidos en esta ocasión y nos tocó sentarnos en la parte de atrás. Estábamos ya acomodados cuando de pronto se acercó el conductor para pedirnos que nos apretujáramos aún más, de modo que lo que parecían cinco asientos se convirtieron en seis y lo que parecía un pasillo, dejó de serlo cuando pusieron unos asientos supletorios para que cupieran más pasajeros. Y así como sardinas en lata, apretujados, sin apenas espacio para movernos y con un calor y humedad sofocantes iniciamos viaje hacia Udomxay. A mi lado tenía dos chicas chinas con las que me disputaba el privilegio de apoyar la espalda en el respaldo del asiento cada vez que el bus daba un bote. Por su parte Arturo tenía a su lado a un japonés con cara de avinagrado que se dirigía al mismo lugar que nosotros y con el que coincidiríamos en más de una ocasión a lo largo de los días siguientes.


Después de 4 horas, llegamos a la estación de Udomxay, con tan buena suerte que pudimos enlazar inmediatamente con el autobús que nos iba a llevar a Muang Khua. Así que compramos el billete por 40.000 keps y rápidamente subimos al autobús con la esperanza de coger, esta vez sí, unos buenos asientos. Lamentablemente la esperanza nos duró muy poco porque el nuevo autobús era aún más viejo y pequeño que el anterior y de nuevo nos tuvimos que acomodar como pudimos en la parte trasera, entre cachivaches y paquetes de nuestros compañeros de autobús.







El trayecto, de unas tres horas, fue bastante movido, mojado y ruidoso. La carretera hasta Muang Khua, discurría serpenteante entre un precioso paisaje de montaña y se encontraba en muy mal estado. Con cada bache, nosotros salíamos despedidos de nuestro asiento y si no fuera porque nos agarrábamos como podíamos a cualquier cosa, hubiésemos acabado golpeando con nuestras cabezas en el techo. Incluso Arturo, que había conseguido quedarse dormido, abroncó al conductor, después de salir disparado en uno de esos botes. Y además, el agua de lluvia de la tormenta que nos acompañó durante gran parte del camino, se colaba por las goteras del autobús, justo encima de nuestras cabezas y la desquiciante música laosiana sonando a todo volumen, no contribuyeron a que este fuera un viaje muy agradable.



Tras seis horas de viaje en dos autobuses diferentes y un tuk tuk, llegamos a Muang Khua, en torno a las tres de la tarde. Siguiendo con nuestra rutina habitual al llegar a una nueva ciudad, nos dirigimos a la zona de las guest houses, para buscar un alojamiento cómodo, bonito y barato. Preguntamos en unas cuantas y casi cuando estábamos a punto de decidirnos por una, un señor se nos acercó y nos sugirió que le acompañásemos a su casa que estaba al otro lado del río y como todavía no teníamos claro dónde dormir decidimos acompañarle. Para llegar a la guest house tuvimos que cruzar un puente colgante sobre el río Nam Phak. La casa nos gustó desde el primer minuto, la habitación en sí no tenía nada de especial, era sencilla y estaba limpia, pero lo que nos conquistó fue el enorme ventanal y las magníficas vistas al río y al puente. Dejamos las mochilas y fuimos a comer en uno de los puestos de la calle principal.















Después de comer, dimos una vuelta por Muang Khua, pequeña pero activa población comercial a orillas del río. Callejeando llegamos hasta el templo y nos entretuvimos haciendo fotos hasta el anochecer y bebiendo el típico whisky local llamado  lao lao invitados por un borrachín que nos saludó en la calle. A la hora de cenar, nos dirigimos a nuestra guest house, porque los dueños de la casa ofrecían una cena casera para sus huéspedes. Arturo y yo nos incorporamos a la cena cuando esta ya había comenzado y el ambiente que nos encontramos fue muy acogedor. Debido a cortes intermitentes en la luz, la estancia estaba iluminada por la luz de las velas, y alrededor de la mesa llena de diferentes platos de comida típica, se encontraban unas diez personas, entre ellas una pareja de franceses, un alemán y un austriaco con los que coincidiríamos en los días siguientes.












Al día siguiente, nos levantamos temprano e hicimos el chek out y fuimos a desayunar. En el restaurante, conocimos a Marite, una española, con ascendencia gallega que había nacido y vivía en Francia y a su marido Carlo. Fue muy agradable para mí poder hablar con ellos en español, puesto que llevaba varios días sin poder charlar con nadie debido a mi malísimo por no decir nulo nivel de inglés.








Después de desayunar, nos dirigimos al embarcadero, para coger un bote que nos llevaría, recorriendo el río Nam Ou, hasta nuestra próxima parada Muang Ngoi Neua. El precio de estos botes depende del número de pasajeros que hagan el trayecto, así que tuvimos que esperar hasta que el bote se completó con el número suficiente de personas. Y como suele suceder, volvimos a coincidir con los dos franceses, el alemán y el austriaco, con los que habíamos cenado a noche anterior y con Marite y Carlo, a los que acabábamos de conocer. En el bote también coincidimos con Guillermo y Maipy, una pareja de Barcelona, muy simpáticos, con los que estuvimos hablando durante todo el viaje.


















El trayecto en bote fue espectacular. Los paisajes que se divisaban desde el bote eran impresionantes y de vez en cuando parábamos para que subiera o bajara gente de los pueblecitos cercanos o para tomar un refrescante baño en las aguas del Nam Ou.















Llegamos a Muang Ngoi Neua pasado el mediodía y, tras preguntar en varias guest house y ver diferentes habitaciones, nos decidimos por un bungalow de madera muy sencillo que tenía un pequeño jardín y unas impresionantes vistas sobre el río, las cuales disfrutamos ampliamente tumbados en las hamacas durante nuestra estancia.






Tras la pertinente ducha, buscamos un sitio para comer y en esas coincidimos con nuestros compañeros de bote, los dos chicos franceses, el alemán, el austriaco y una pareja de italianos. Durante la comida tuvimos oportunidad de intercambiar impresiones sobre el viaje. Para el café nos dirigimos a un local cercano con mucho encanto, mezcla de tienda de artesanía, librería y cafetería. Nos tomamos el café en compañía de Marite y Carlo y durante horas estuvimos hablando de nuestros respectivos viajes, de nuestros planes, y como no, al final la conversación derivó hacia la situación económica española. Fue muy interesante compartir nuestras respectivas visiones sobre el tema.






El día siguiente fue muy tranquilo. Muang Ngnoi Neua, es un lugar precioso para descansar. El trazado de este pequeño pueblecito fluvial consiste básicamente en una calle paralela al río, por la que únicamente pasan peatones, bicis y motocicletas y estrechos caminos de tierra. Al estar apartado de las vías más transitadas conserva ese encanto propio de los lugares que todavía no han sido pervertidos por el turismo a gran escala. Ocupamos el día paseando por los alrededores del pueblo y  disfrutando de la sonrisa de sus gentes, siempre tan amables.
















Al día siguiente, nos dirigimos de nuevo al embarcadero para tomar el bote que nos llevaría a nuestro destino final en esta etapa de viaje fluvial, Nong Khiaw. Llegamos tras una hora de viaje y después de buscar alojamiento, fuimos a pasear por el pueblo y por el camino nos encontramos con Juanma, otro madrileño que, al igual que Arturo, estaba dando la vuelta al mundo, y además resultó que Arturo y el tenían un amigo en común. Una vez más queda demostrado que el mundo es un pañuelo.















Comimos los tres en un pequeño restaurante local una sopa de noodels buenísima y después alquilamos unas bicis para dar un paseo por los alrededores. Comenzamos la ruta yendo por carretera, pero enseguida tomamos un pequeño camino de tierra que discurría entre montañas y campos de cultivo. A poca distancia de la carretera, el camino quedaba interrumpido por un río que nos planteaba la disyuntiva de cruzarlo o retroceder, y en esas estábamos cuando desde la otra orilla, un hombre nos dijo que si queríamos nos ayudaba a cruzar al otro lado en su rudimentaria balsa de bambú por 10.000 keps por persona, incluidas las bicis.
















El camino, al otro lado del río, fue realmente bonito pero las continuas subidas y bajadas, y el hecho de que estuviera embarrado y fuera muy pedregoso, unido a que nuestras bicis eran muy básicas y carecían de cambios, hizo que tuviéramos alguna que otra caída y que en las subidas más pronunciadas tuviéramos que hacerlas andando.







Tras varias cuestas y muchas gotas de sudor decidimos volvernos, porque amenazaba tormenta y de nuevo nos tocó cruzar el río, previo pago de otros 10.000 keps, y apurar con las pedaladas porque la lluvia nos pisaba los talones. Comenzó a llover justo al llegar a nuestra guests house y allí nos refugiamos tomando una cerveza.

Cuando dejó de llover y como todavía teníamos un par de horas para devolver las bicis decidimos coger la carretera por el otro lado. El paisaje era realmente precioso, la carretera discurría entre montañas y la lluvia recién caída resaltaba las diferentes tonalidades de verde. Disfrutamos mucho de este paseo hasta que una nueva tormenta nos obligó a refugiarnos nuevamente. Esperamos durante media hora a que la tormenta parase pero como estaba anocheciendo rápidamente, decidimos regresar aunque estuviera lloviendo. Y así mojados y con frío, devolvimos las bicis y nos dirigimos a las guest house para ducharnos y descansar un poco, no sin antes haber quedado con Juanma para cenar.




Cenamos con Juanma y después nos tomamos una cerveza en un local cercano, que nos llamó la atención porque tenía música occidental y estaba decorado al gusto de los turistas con velitas y luces indirectas. En esas estábamos cuando Arturo, tras escuchar una canción de Placebo, se metió detrás de la barra y se puso a pinchar. Fue mágico para mí escuchar una de mis canciones favoritas de Fito en un bar de Nong Khiaw, recuerdos de casa, a miles de kilómetros de distancia.





A las once y media de la noche, el camarero nos invitó amablemente a que nos fuéramos del bar porque tenían
 que cerrar. Y es que estas son horas intempestivas para el ritmo de vida laosiano. Así que nos despedimos de Juanma, acordamos volver a vernos en Luang Prabang y Arturo y yo nos encaminamos a nuestra guest house para descansar, pues al día siguiente madrugábamos para coger un bus rumbo a nuestra siguiente parada, la maravillosa ciudad de Luang Prabang, patrimonio de la humanidad, pero eso, como dice Arturo, será parte de su próximo post… ¡Un beso!

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