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jueves, 11 de abril de 2013

Bohol una isla de encantos escondidos

Con el sabor salado de la última inmersión decidí seguir camino esta vez hacia la isla de Bohol. Tuve suerte porque tanto Brandon y su novia como Karen iban en mi misma dirección con lo que me acoplé a ellos para abaratar costes.

El día empezó temprano, teníamos que coger el ferry a las 7 así que a las 6 estaba en la terraza de la guest house para desayunar un café y seguidamente hacer el check-out de la habitación. Los cuatro quedamos en el hall de la entrada y fuimos caminando hasta el puerto de Dumaguete donde nos esperaba un ferry de 4 horas hasta Bohol. Karen y yo viajamos en turista mientras que Brandon y su novia lo hicieron en primera, como se nota quien va de vacaciones y quien no tiene un pavo. No obstante la clase turista no estaba nada mal la única diferencia eran los asientos un poco más pequeños y sin aire acondicionado pero, teniendo la brisa marina, ¿quién necesita el aire acondicionado?










Llegamos a Bohol y consultamos con la oficina de turismo como llegar a la playa de alona que está situada en la pequeña isla de Panglao en frente de Bohol y que es conocida como la pequeña Boracay y que era donde Brandon y su novia tenían el alojamiento.  Una vez bien informados de las posibilidades y con un mapa en los bolsillos nos dirigimos a la parada de taxis. Yo hubiera preferido transporte público, es más barato y divertido pero teniendo en cuenta que iba en grupo, tuve que acoplarme al plan final.

Una vez llegados a nuestro destino nos tocó a mí y a Karen buscarnos una habitación ya que donde estaban Brandon y su novia no había disponibles. Curiosamente la mejor y más barata alternativa la encontramos en el edificio contiguo, una casa de masajes que tenía también habitaciones. Conseguimos una con dos camas dobles, aire acondicionado, baño incluido, wifi y tele por cable por 850p. un poco caro para mi presupuesto de alojamiento diario de 300p. diarios pero aceptable. Una vez acomodados decidimos alquilar unas motos e ir a visitar una de las joyas de la isla, los monos tarsier.




Para ello decidimos que la mejor opción era la reserva de monos tarsier en Balilihan donde los monos están protegidos en un proyecto de conservación en lugar del pequeño centro de monos tarsier cerca de las colinas de chocolate más parecido a un zoo.




Los monos tarsier de hábitos nocturnos son los únicos del planeta que se alimentan únicamente de presas vivas, la mayoría insectos y pequeños pájaros. También son los más pequeños, su cabeza rota 360º mientras que sus enormes ojos permanecen fijos. La verdad es que son una pasada, dan ganas de llevarse uno a casa.




Por la tarde nos acercamos a la famosa playa de Alona que, si Boracay es igual me alegro de no visitarla. La playa en si no es muy grande y está abarrotada de tiendas de suvenires, restaurantes, tiendas de buceo, gente ofreciendo masajes y barcas. El espacio para tirarte tranquilamente en la arena es escaso y en esta época de vacaciones está llena de turistas locales e internacionales. Así que nos sentamos en una zona algo más tranquila al final de la playa a charlar y planear nuestra excursión del día siguiente a las colinas de chocolate.


De regreso a la habitación mi karma me tenía guardada una jugada que imagino le resultaría bastante divertida. Yo había dejado mi mochila en el suelo aparentemente limpio. Bueno pues resulto ser que había un hormiguero justo debajo de mi mochila con lo que esta se llenó de pequeñas hormigas rojas. Os podéis imaginar la gracia que me hizo, sobre todo cuando las pequeñas rojas se subieron por todo mi cuerpo y empezaron a morderme. Las hijas de puta te dejan picaduras como las de los mosquitos. Rápidamente cogí la llevé a recepción para que lavaran toda la ropa y rociaran la mochila con espray anti-insectos.

El viernes nos despertamos temprano para ir a las colinas de chocolate sin pasar el agobio del calor filipino que se hace notar ya desde las 8 de la mañana. Afortunadamente el día amaneció nublado y eso nos ayudó ya que la excursión en moto duró una hora y media. Las colinas de chocolate son pequeñas formaciones de roca caliza que el tiempo las ha cubierto de vegetación y que en la época seca se tornan de color marrón. La verdad es que el paisaje era de lo más bonito. Me pareció muy curioso, algo que no había visto en ninguna otra parte.











Estuvimos en las colinas de chocolate un buen rato sentados contemplando el paisaje y descansando del camino en moto. Una vez que recuperamos fuerzas nos fuimos a conocer el “man made forest” cuya traducción sería el bosque hecho por los hombres. Es un bosque tropical espectacular de árboles enormes cerca de la carretera cuya historia es incluso más increíble. Resulta que ese mismo bosque había sido destruido durante la segunda guerra mundial con lo que la zona sufría continuas inundaciones y desprendimientos de tierras con los monzones. Así que el pueblo filipino se puso en marcha para repoblar la zona y volver a crear el bosque que una vez hubo allí. El resultado no puede ser mejor.









Tras nuestra pequeña parada en el bosque decidimos regresar a casa y parando en los pequeños pueblecitos como Batuan, Carmen o Sevilla que veíamos por el camino y que se veían la más de chulos. Después una siestecilla y para terminar una cenita en la playa con barbacoa de pescadito….mmmm! 







La verdad es que me vendría bien recobrar energías porque al día siguiente me iba a Camiguín pero eso será en el siguiente post.

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