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viernes, 18 de enero de 2013

Mcleod Ganj y el exilio del pueblo tibetano

Después de unas 5 horas en coche por carreteras de montaña indias llegamos  a Mcleod Ganj, un pequeño pueblo en las montañas de Himachal Pradesh cercanas al Himalaya. Es en esta aldea y en la cercana ciudad de Dharmasala, residencia oficial del Dalai Lama, donde se refugia el pueblo tibetano en el exilio.

Es increíble pero en el momento en que posas tus pies en esta aldea parece que estás fuera de la india. Fuera bramidos insultantes de bocinas escandalosas, nada de intromisiones gritándote ofertas de tours o excursiones, las caras de los monjes budistas te sonríen al pasar de camino al templo y la paz lo inunda todo.



La aldea se ve mochilera y seguro que en la temporada alta de septiembre a noviembre está llena de turistas comprando ropa y suvenires en las diferentes tiendas y puestecillos a lo largo de sus 2 calles principales. No obstante nosotros aterrizamos en la época baja y el ambiente es más tranquilo y sobre todo por el frío. Incluso los trekking de varios días que unen un valle con otro están cancelados debido a las bajas temperaturas y la nieve.




Fernando se puso malo el segundo día y le tuve que llevar al médico de la aldea con un catarrazo del diez. De hecho he sido yo el que ha disfrutado realmente de Mcleod Ganj paseando entre sus calles, comiendo en sus puestos callejeros y subiendo a la montaña porque el pobre Fernando se ha tirado los 4 días en la cama con pastillas.


En uno de esos paseos conocí a Aritz un vasco bien majete que lleva en India casi un mes y nos ha pasado mogollón de información de sitios donde ir no sólo en India sino también en Nepal mientras paseábamos por las calles de Mcleod Ganj tomando deliciosos momos en los puestos locales o cenando un riquísimo tali de pollo con otro gran personaje irlandés Patric.

Cerca de Mcleod Ganj se puede visitar la iglesia de estilo gótico construida en 1852 en honor de Lord Ergin virrey de la India quien murió aquí en 1862.





Pero sin duda el paseo más increíble ha sido la ruta que me he marcado subiendo las montañas y que me ha dado la posibilidad de encontrarme con Jimmy un chiquito francés que practica el budismo y con el cual he tenido la mejor de las charlas. Hacía un frío que pelaba, nos llovió y nevó por el camino pero estábamos tan absortos en nuestras meditaciones trascendentales que el frío no importaba. Al final del trekking no hemos entrado en calor tomando un chai calentito y nos hemos despedido hasta la próxima vez que nos tengamos que el destino nos cruce. Una vez más se cumple la máxima que lo mejor de los viajes es la gente que conoces en el camino.








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