Después
de unas 5 horas en coche por carreteras de montaña indias llegamos a Mcleod Ganj, un pequeño pueblo en las
montañas de Himachal Pradesh cercanas al Himalaya. Es en esta aldea y en la cercana
ciudad de Dharmasala, residencia oficial del Dalai Lama, donde se refugia el
pueblo tibetano en el exilio.
Es
increíble pero en el momento en que posas tus pies en esta aldea parece que
estás fuera de la india. Fuera bramidos insultantes de bocinas escandalosas,
nada de intromisiones gritándote ofertas de tours o excursiones, las caras de
los monjes budistas te sonríen al pasar de camino al templo y la paz lo inunda
todo.
La
aldea se ve mochilera y seguro que en la temporada alta de septiembre a
noviembre está llena de turistas comprando ropa y suvenires en las diferentes
tiendas y puestecillos a lo largo de sus 2 calles principales. No obstante
nosotros aterrizamos en la época baja y el ambiente es más tranquilo y sobre
todo por el frío. Incluso los trekking de varios días que unen un valle con
otro están cancelados debido a las bajas temperaturas y la nieve.
Fernando
se puso malo el segundo día y le tuve que llevar al médico de la aldea con un
catarrazo del diez. De hecho he sido yo el que ha disfrutado realmente de
Mcleod Ganj paseando entre sus calles, comiendo en sus puestos callejeros y subiendo
a la montaña porque el pobre Fernando se ha tirado los 4 días en la cama con
pastillas.
En
uno de esos paseos conocí a Aritz un vasco bien majete que lleva en India casi un
mes y nos ha pasado mogollón de información de sitios donde ir no sólo en India
sino también en Nepal mientras paseábamos por las calles de Mcleod Ganj tomando
deliciosos momos en los puestos locales o cenando un riquísimo tali de pollo
con otro gran personaje irlandés Patric.
Cerca de Mcleod Ganj se puede visitar la iglesia de estilo gótico construida en 1852 en honor de Lord Ergin virrey de la India quien murió aquí en 1862.
Pero
sin duda el paseo más increíble ha sido la ruta que me he marcado subiendo las
montañas y que me ha dado la posibilidad de encontrarme con Jimmy un chiquito francés
que practica el budismo y con el cual he tenido la mejor de las charlas. Hacía
un frío que pelaba, nos llovió y nevó por el camino pero estábamos tan absortos
en nuestras meditaciones trascendentales que el frío no importaba. Al final del
trekking no hemos entrado en calor tomando un chai calentito y nos hemos
despedido hasta la próxima vez que nos tengamos que el destino nos cruce. Una
vez más se cumple la máxima que lo mejor de los viajes es la gente que conoces
en el camino.
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